jueves, 10 de diciembre de 2009

Por un espacio cultural latinoamericano

Por un espacio cultural latinoamericano

por MANUEL ANTONIO GARRETÓN M. sociólogo, profesor de la Universidad de Chile

Para conformar un bloque latinoamericano integrado al mundo global es preciso desplazar
las lógicas exclusivamente económicas y construir un espacio cultural común. Esto supone avanzar
en la institucionalización regional de la educación, la ciencia, la tecnología, el arte y las industrias
culturales.

América Latina y la globalización
Hay que entender la globalización, es decir, la interpenetración –principalmente económica, comunicacional y cultural– entre las diversas sociedades que atraviesa los Estados nacionales, como una realidad actual o futura, sin que esto signifique suscribir una visión eufórica ni una visión catastrófica de ella. En efecto, ni es el paraíso, ni es el infierno: es un dato como lo fue también la revolución industrial, que en un momento se confundió con el desarrollo capitalista. De modo que debemos aprender la diferencia entre globalización y neoliberalismo y ver cómo nos movemos en la primera y cómo atacamos al segundo.

La cuestión que se plantea, entonces, no es globalización “sí” o globalización “no”, sino cómo se va a producir esta mundialización: si en la forma actual ligada al imperialismo, si a través de la inserción aislada de cada país, o bien a través de grandes bloques de países.

En este sentido, nuestra primera hipótesis es que no habrá integración de los países latinoamericanos a la globalización si no es por medio de la integración en un bloque propio.

Centralidad de la cultura
Nuestra segunda hipótesis es que la dimensión cultural constituye un eje fundamental en la conformación de un bloque latinoamericano que se integra al mundo globalizado.

Parece indiscutible que estos bloques son espacios territoriales con una dimensión económica. Pero también es posible pensar que el eje de ellos estará situado en lo cultural o lo que hemos llamado modelos abiertos de modernidad, esto es, la capacidad de combinar la racionalidad científica, la racionalidad emancipatoria, la racionalidad instrumental tecnológica, con las formas de subjetividad, las memorias y las tradiciones históricas.

Esta amalgama será la base, y ello porque cada vez más la cultura pasa a ser una fuerza productiva sin la cual la economía no existe, y también porque, con el debilitamiento de los Estados nacionales y la política, advertimos que la cultura pasa a ser el “cemento” de las sociedades. De hecho, es principalmente desde la cultura que se organizan las fuerzas en lucha contra los poderes transnacionales de la economía o las formas políticas de dominación.

¿Qué entendemos por cultura? Sin pretensión de originalidad, hay dos dimensiones cuya vinculación nos parece indispensable para nuestro planteo. Por un lado, la cultura es el conjunto de las preguntas y respuestas por el sentido, que tiene que ver con las formas de comunicación, las identidades y el lenguaje, con la manera de pensar, los modelos éticos y de conocimiento, con el significado que le damos a nuestras acciones, con la creatividad y con la manera como definimos el espacio, el tiempo, la naturaleza y la relación con los otros. Se trata aquí de la cultura como sustrato. La segunda dimensión está relacionada con los grandes aparatos e instituciones, y con las cristalizaciones de esas preguntas y respuestas por el sentido en el campo de lo simbólico. En esta instancia habrá que considerar la educación, la ciencia, la tecnología, la creación artística, las industrias culturales. La idea central que queremos defender aquí es que una política cultural o el contenido de las políticas culturales es siempre una referencia a estos dos campos, reconociendo la autonomía de cada uno.

América Latina como espacio cultural
La tercera hipótesis es que si la conformación del gran espacio mundial se hace a través de espacios culturales, América Latina puede ser uno de esos espacios. Un espacio cultural incluye el componente simbólico, lo que llamamos la o las culturas, los espacios científico-tecnológicos y educacionales y los intercambios entre los distintos miembros o componentes de ese espacio. Afirmar a América Latina como espacio cultural está muy lejos de ser un invento arbitrario o un gesto voluntarista, puesto que hay muchos rasgos que ya forman parte de lo que hoy podríamos llamar el patrimonio de este espacio, más allá de la dimensión geográfica. Por ejemplo, la lengua, ciertos hitos históricos que prácticamente todo el conjunto de países de la región ha vivido, el déficit de racionalidad instrumental, el papel del Estado y la política en la conformación de nuestras sociedades. Asimismo, se puede hablar de varios subespacios en las líneas fronterizas, también de un subespacio centroamericano o andino, o de los subespacios económicos que se han ido conformando. Hay además una presencia hacia afuera de América Latina en lo artístico, por ejemplo, pero también a través de las emigraciones o de modelos de vida urbana que se reproducen en otros contextos culturales. Todo eso configura el germen de lo que tenemos hasta ahora en el espacio cultural latinoamericano.

Sin embargo, tres cuestiones parecen debilitar la idea de ese espacio común. Por un lado, tal como se ha desarrollado hasta ahora, la globalización ha significado la descomposición o la erosión de las comunidades nacionales o multinacionales, base de cualquier espacio cultural. Recordemos que, históricamente, el eje del espacio cultural latinoamericano fueron las identidades nacional-estatales, que avasallaron a las otras formas de identidad. La situación actual plantea como tarea fundamental la reconstrucción de la comunidad política, lo que debe hacerse en tres niveles: el local o identitario, cuando lo identitario se corresponde con lo local; el nacional-estatal, es decir, necesitamos Estados fuertes, y el de las polis supranacionales, o sea, el espacio latinoamericano.

En segundo lugar, está el problema de la exclusión social, esto es, la expulsión de masas que ya no pertenecen a las comunidades nacionales ni siquiera en calidad de explotadas u oprimidas, sino que aparecen como simplemente sobrantes.

En tercer lugar, falta voluntad política para la construcción de un espacio común. Es cierto que hay avances en esa dirección; sin embargo, todavía no se advierte lo más importante: una decisión precisa que plantee la formación y la institucionalización de ese espacio. Es decir, no parece haber conciencia entre los grupos dirigentes de que, si el énfasis en las cuestiones económicas de la integración afecta intereses que finalmente se oponen a ella, el énfasis en la dimensión cultural –menos conflictiva– puede hacer avanzar la integración en su conjunto, incluyendo las dimensiones económica y política.

Identidades y patrimonio
Un espacio cultural está compuesto por varios elementos. A propósito de ellos, resaltaremos sólo algunos aspectos para ilustrar los principales problemas.

El primer componente que mencionaremos son las identidades. Más allá de la discusión a veces inconducente sobre la esencia de una identidad latinoamericana, y del reconocimiento de la importancia de las identidades nacional-estatales pese a su actual debilitamiento, hay dos cuestiones que afectan la constitución de un espacio cultural común. Primero, su transformación, que consiste, por un lado –como efecto de la invasión del modelo económico y comunicacional transnacional en las sociedades–, en la aparición de nuevos grupos con sus propias identidades, con sus propias respuestas a la pregunta por el sentido, lo que se ve sobre todo en el mundo de los jóvenes, pero también en otros segmentos sociales. Por otro lado, en los últimos tiempos se ha expandido la identidad de tipo étnico, que –como en otra época las políticas– parece ser portadora de un proyecto general que supera ámbitos parciales de la vida social, pero que queda reducido a su propia base sociocultural. En todo caso, frente a la transformación de las identidades, se trata de desarrollarlas y protegerlas, pero, al mismo tiempo, de reforzar los elementos comunes, transversales, republicanos y ciudadanos, tanto en el ámbito de las comunidades nacional-estatales como en el ámbito latinoamericano. Esto supone determinados intercambios, movilidades y experiencias orientados al desarrollo de vínculos entre los diversos grupos.

La otra cuestión importante en torno a las identidades es el diálogo entre la dimensión identitaria y las otras dimensiones de la cultura, tanto en el ámbito nacional-estatal como latinoamericano, es decir, la educación, la ciencia y la tecnología. En este sentido, es evidente que el mundo globalizado, que se desarrollará a través de los bloques o espacios, tiene un sustrato científico y tecnológico que entra en tensión con la dimensión identitaria, dado que en general se trata de culturas sobre todo orales que pasaron rápidamente al soporte audiovisual.

El segundo componente de un espacio cultural es el patrimonio. Hay, aquí, dos grandes líneas: la monumental y la de la memoria. Si bien ciertos países tienen políticas nacionales de patrimonio, estamos muy lejos del desarrollo de los aspectos comunes del patrimonio y la memoria. Y ello no es posible sin pensar en una institucionalidad latinoamericana, tema sobre el cual volveremos.

El campo educacional y científico-tecnológico
El tercer componente es la educación. Lo que hay que tener en cuenta es que las reformas educacionales que se hicieron en la década de los noventa fueron valiosas en términos de su orientación y adecuación al desarrollo económico, pero muy débiles en cuanto al sustrato cultural. Por ejemplo, aunque algunos países hayan incluido el componente latinoamericano en los programas educacionales, en general su incidencia fue muy pobre. La idea era “fórmese usted como ciudadano y trabajador de su país y de ahí ingrese al mundo globalizado”.

A este aspecto podemos agregar que el principal espacio cultural institucional en América Latina –aun con todos los defectos que se le atribuyan– fue la universidad nacional pública, actualmente un modelo en crisis por la propia mercantilización de los servicios que ofrece, por la expansión de la universidad privada y por el déficit de los recursos que recibe del Estado. Se puede volver a la universidad pública tal como existió antes o buscar fórmulas que intenten redefinir lo que fue su proyecto original, indispensable en la construcción de una sociedad. Pero lo más probable es que la universidad pública deba salvarse con un esfuerzo común latinoamericano, de lo cual ya hay algunos gérmenes. En este plano es fundamental la cooperación interuniversitaria, porque –dada su debilidad– no basta que las universidades se pongan de acuerdo en cada país. Es preciso que se organice una institucionalidad supranacional que provea los recursos, por ejemplo, para los doctorados, porque en Latinoamérica es absolutamente imposible, salvo quizás en el caso de Brasil, tener buenos doctorados capaces de interactuar con los grandes centros del mundo.

El cuarto componente de todo espacio cultural, estrechamente ligado al anterior, es el científico-tecnológico. Considerados aisladamente, los países de la región carecen tanto de recursos como de una masa crítica de investigadores, ambos necesarios para superar la brecha con los países desarrollados. Hay que buscar una política científica latinoamericana, lo que exige organismos supranacionales de promoción y desarrollo de ciencia y tecnología, como los Conicyt nacionales.

Las industrias culturales
El último componente de un espacio cultural que mencionaremos son las industrias culturales. Éstas están redefiniendo los comportamientos, las percepciones y las formas de creatividad, muchas veces a través de los controles de los grandes poderes y cadenas transnacionales, como ocurre con las editoriales y el audiovisual. Ello plantea el problema crucial de la vinculación entre industrias culturales y culturas populares. Hay que recordar que en ciertas áreas América Latina ha sido pionera; por ejemplo, en materia de comunicaciones, área en la que se desarrolló un proyecto de prensa alternativa incluso a través de UNESCO. Actualmente, sin embargo, no existen registros de nuevas producciones, ni bases de datos fundamentales para poder enfrentar políticas como las de las grandes editoriales del mundo, ámbito donde ha habido un retroceso en la región.

De modo que, si el ideal es que en América Latina pueda existir un proyecto de industrias culturales comunes en aquellos ámbitos en que un país aislado no puede producir, habría que impulsar la creación de una instancia de estudios y propuestas para lograr ese objetivo.

Voluntad política e institucionalidad del espacio cultural
Un espacio cultural se construye a través de subespacios, circuitos y flujos no siempre formales, pero también mediante acuerdos, convenios e instituciones. No puede negarse que en las últimas décadas ha habido avances parciales en esta materia.

¿Cómo se puede seguir avanzando en la construcción del espacio cultural? Hay una primera manera, gradual, que consiste en la promoción de proyectos en alguno de los campos que hemos señalado: el educacional, el científico y el tecnológico, el patrimonial. Para ello, puede constituirse un fondo de iniciativas y alentar la intervención de diversos sectores de la sociedad, en la medida en que la integración es tarea no sólo de los gobiernos, sino también de las sociedades. Un proyecto importante en esta dirección puede ser un gran centro de estudios de políticas culturales para analizar y evaluar propuestas funcionales al armado de un espacio cultural.

Sin dejar de lado la primera fórmula, lo cierto es que cualquier iniciativa que vaya más allá de la tendencia inercial a la construcción de un espacio cultural requiere voluntad política y una instancia, como lo fue la CEPAL en los años cuarenta para las políticas económicas, que coordine, promueva, movilice recursos e institucionalice políticas culturales comunes a todo el espacio latinoamericano. Si América Latina no quiere quedarse afuera de los procesos de mundialización, es hora de pensar en una institucionalidad para su espacio cultural.


Publicada en TODAVÍA Nº 6. Diciembre de 2003

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