jueves, 10 de diciembre de 2009

Cuando la tierra se vuelve inhóspita

Cuando la tierra se vuelve inhóspita

Théophile Kouamouo, periodista independiente franco-camerunés.

La xenofobia ha ganado Côte d’Ivoire, un país sin embargo conocido por su hospitalidad. La escasa tierra disponible para la venta, el derecho consuetudinario y la crisis económica fueron los detonantes.


Expulsiones masivas en África

1958 Côte d’Ivoire: : Expulsión de 10.000 nativos de Dahomey (actual Benín).
1969 Ghana: Partida de casi un millón de personas.
1983 Nigeria: : Partida de 1,5 millones de ciudadanos de países de África del oeste.
1985 Nigeria: Expulsión de 700.000 ghaneses, nigerianos y otros…
1985 Côte d’Ivoire: 10.000 ghaneses expulsados.
1993 Sudáfrica: Expulsión de unos 80.000 mozambiqueños.
1994 Sudáfrica: : Expulsión de 90.000 ciudadanos de otros países africanos.
1995 Gabón: Partida forzada de 55.000 extranjeros.
1998 Etiopía: Expulsión de 50.000 eritreos.

Nada es como antes entre Mamadou Ouedraogo y sus amigos de infancia y ex compañeros de fútbol en esta tierra negra y fértil de Asse, pequeño poblado del este de Côte d’Ivoire.
“Ahora desconfío”, dice con nostalgia. Para ese hombre de 37 años, nacido en este país francófono de África occidental, pero de padres emigrados de la vecina Burkina Faso, la ruptura se produjo a comienzos de 2001, cuando una violenta ola de xenofobia se apoderó de los nativos, miembros de la etnia abouré, subgrupo de los akan, que viven en Côte d’Ivoire y en Ghana.
Todo comenzó con un altercado entre un joven abouré y un sereno burkinabé en el mercado de Bonoua, principal ciudad del departamento. Enseguida, el rumor según el cual el “extranjero” había asesinado al “hijo de esta tierra”, desencadenó un viento de locura. Los locales atacaron todos los bienes de aquellos a quienes llaman “alógenos”.
Ousman Sawadogo, anciano jefe de la importante comunidad burkinabé de la región, no lo olvidará fácilmente. “Atacaron el barrio burkinabé, destruyeron y quemaron nuestros negocios, desfondaron nuestras barricas de aceite”, rememora. Traumatizados, varios centenares de extranjeros –principalmente burkinabé y malienses– regresaron a sus países de origen o se mudaron a una región más hospitalaria de Côte d’Ivoire. Los que decidieron quedarse fueron humillados. El rey Bonoua advirtió a los inmigrantes que “debían abandonar el cultivo de la piña”, principal fuente de recursos del departamento. “Varios jóvenes abouré recorrían las plantaciones para verificar si los extranjeros continuaban con esos cultivos. Si así era, plantaban estacas en las que flameaban trapos rojos. Más tarde, regresaban a destruir todo lo que había en las parcelas”, recuerda Boukari, hijo del jefe de la comunidad burkinabé.
Bonoua no es un caso aislado en Côte d’Ivoire. Los conflictos en torno a la propiedad de la tierra, que en el pasado oponían a autóctonos y a habitantes del país llegados de otras regiones –los “alóctonos”–, son hoy la causa más frecuente de enfrentamientos violentos entre nativos y extranjeros. A fines de 1999, más de 20.000 burkinabé abandonaron la región de Tabou, en el sudoeste del país, tras el contencioso entre un inmigrante y un campesino de la región por el título de propiedad de una tierra, que degeneró en un sangriento enfrentamiento.

La necesaria mano de obra
Lo mismo sucedió en Blolequin, en el extremo oeste: a comienzos de 2001, seis personas, entre ellas un gendarme, murieron durante los incidentes. Pero en esa región, la administración protegió y mantuvo a los extranjeros contra la opinión de los representantes locales y a pesar de las protestas de la población.
¿Cómo explicar este brote de xenofobia en “el país de la hospitalidad”, según las palabras del himno nacional? Hasta el fin del período colonial, en 1960, la administración francesa había alentado la llegada de trabajadores del hinterland del Sahel para desarrollar la agricultura. El movimiento continuó bajo el régimen del presidente Félix Houphouet-Boigny, el “padre de la Nación”. “La tierra pertenece a quien la trabaja”, clamaba éste. La ambición de este “presidente-plantador”, llegado a la política a través del sindicalismo agrícola, era antes que nada económica. “Nunca habría sido posible transformar a Côte d’Ivoire en el primer productor de cacao del mundo únicamente con mano de obra nativa”, subraya Jean-Paul Chausse, experto del Banco Mundial.
Hoy, Côte d’Ivoire es uno de los países con mayor número de extranjeros: 26% según cifras oficiales, más de 35% según otras estimaciones.
Para ese país, fiel aliado del bloque occidental, la convivencia etre nativos y “alógenos” fue bien aceptada durante el período de prosperidad que terminó a fines de la Guerra Fría, pero se degradó con la recesión económica.
El éxito de los recién llegados irrita a los “señores de la tierra”: “Dicen que nos hemos vuelto ricos, que tenemos automóviles lujosos y que hemos dejado de respetarlos. Dicen que no quieren vernos más con sus mujeres, y si un extranjero es sorprendido con una abouré, debe pagar una multa de 150.000 francos CFA (unos 250 dólares)”, explica Bakari Sawadogo.
“Antes, los burkinabé no reivindicaban nada y aceptaban trabajar para nosotros”, se queja Niamkey Eloi, un agricultor de Côte d’Ivoire residente en Asse.
Con la crisis económica y el rigor impuesto por las instituciones financieras internacionales, muchos nativos son incapaces de encontrar trabajo en la ciudad, en la administración pública o en el sector privado. Entonces se vuelcan hacia la tierra.“Se produjo así una nueva situación, debido a la escasa oferta de tierras para la venta: la aparición de una competencia por acceder a ella. Hoy, muchos padres sólo legan una o dos hectáreas a sus hijos porque ya han vendido la mayor parte de su patrimonio”, explica Chausse. La extensión de las ciudades y la deforestación amplifican el fenómeno.
En Bonoua, región de los akan, la regla del matriarcado complica la situación. Tradición y modernidad no hacen buenas migas. “Jóvenes que acaban de dejar la escuela y regresan al pueblo natal descubren que las tierras de sus padres están en manos de sus tíos maternos, herederos según el derecho consuetudinario. No lo aceptan, pero no pueden sublevarse contra sus tíos. Transfieren entonces su agresividad contra los extranjeros a quienes les fueron alquiladas esas tierras”, analiza Julie Aka Sonoh, responsable de la subprefectura.

Rencor entre comunidades
En ese contexto social explosivo el sucesor de Houphouet-Boigny, Henri Konan Bedie, derrocado a fines de 1999 por un golpe de estado militar, lanzó el concepto político de “ivoiridad”, para sacar de la carrera electoral a su ex competidor, el economista y ex primer ministro Alassan Ouattara. Éste último nació en Côte d’Ivoire pero estudió en Burkina Faso y trabajó para ese país.
Voluntad de crear una identidad común a las sesenta etnias del país para unos, repliegue nacionalista para otros, la “ivoiridad” abrió la caja de Pandora de los rencores intercomunitarios. En Abidján, el debate político comenzó a girar necesariamente en torno al “extranjero”. Éste fue acusado de ser la quinta columna de la Unión de los Republicanos (RDR) de Ouattara, y se transformó en el chivo expiatorio de la tumultuosa campaña electoral. Laurent Gbagbo, líder del Frente Popular de Côte d’Ivoire (FPI, socialdemócrata) fue elegido presidente en octubre de 2000.
El nuevo jefe del Estado puso la cuestión de la tierra en primera línea de sus preocupaciones. Para desarmar la bomba, la administración decidió aplicar el código de la propiedad rural “consensual” votado unánimemente, en 1998, por la Asamblea Nacional. Según sus disposiciones, los nacionales son propietarios de las tierras; los extranjeros pueden, sin embargo, explotarlas.
Pero entonces surgió otro problema. “En el sud- oeste, el acceso a la tierra es más fácil. Los extranjeros pudieron negociar un acuerdo que se asemeja a la propiedad”, explica Chausse. Según la formulación utilizada en el derecho consuetudinario “la tierra pertenece a los ancestros. Por lo tanto, es posible vender el derecho de acceso, pero no el suelo”.
La ley sobre la propiedad rural, que se inspira en gran parte en los diferentes derechos consuetudinarios, prevé que los extranjeros que hayan adquirido tierras las conserven hasta su muerte; sus hijos podrán después explotarlas pagando un alquiler al Estado.
El presidente burkinabé, Blaise Compaoré, manifestó recientemente su inquietud a propósito de esa ley, que podría según él despojar a sus compatriotas de “sus” tierras. “Esta legislación tiene algunos aspectos buenos y otros peligrosos. El texto tiene la ambición de aclarar las cosas y provocar arbitrajes. Si se aplica con sabiduría, podría resolver muchas cosas. Pero si, por el contrario, se la desvirtúa, podría envenenar las tensiones entre autóctonos y alógenos”, concluye Chausse.

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