La reconstrucción de un Estado de derecho
tras la caída de Gadafi tropieza con la militarización de la sociedad,
con el avance de las identidades clánicas y religiosas, y también con
la intervención de actores extranjeros.
El pasado 5
de noviembre, en vísperas de la fiesta de Eid al-Adha (o Eid el-Kabir),
la principal preocupación de los habitantes de Trípoli era conseguir un
cordero para sacrificar conforme a la tradición musulmana. A 25 dinares
libios el kilo (alrededor de 15 euros) –es decir, el doble de su precio
antes de la guerra–, muchas familias tuvieron que comprar cordero
importado de Turquía, menos caro pero también de menor calidad. Si bien
durante el día la vida parece normal, las noches son claramente más
agitadas a causa de los reiterados incidentes entre grupos armados.
En estos últimos días, se desataron enfrentamientos entre habitantes
armados de algunos barrios y los thuwar (1) de la ciudad de Zintan, cuyo
batallón cumplió un papel decisivo en la “liberación” de la capital
junto a los batallones de Misrata, Trípoli y otras ciudades del oeste
libio (Yefren, Jadu, Rujban). Con unos 1200 hombres armados en Trípoli,
las milicias de Zintan constituyen –desde la partida de la mayoría del
batallón de Misrata hacia los frentes de Bani Walid (2) y Sirte, y el
retorno de los otros batallones a sus ciudades de origen– la fuerza
militar organizada más importante de la capital. En agosto pasado, los
rebeldes de Zintan conquistaron, tras un combate de tres días, la zona
cercana al aeropuerto internacional de Trípoli, donde estaba la
residencia más grande de Muamar Gadafi y su batallón de seguridad. Por
ello el Consejo Nacional de Transición (CNT) les confió la seguridad de
un área de 25 kilómetros alrededor del aeropuerto.
Su jefe, Mukhtar al-Akhdar, un personaje mítico y carismático de la
rebelión del jebel Nefusa, estuvo en todos los combates desde fines de
marzo. Antes de la guerra dirigía una pequeña empresa de alquiler de
vehículos con chofer que trabajaba para las empresas petroleras y no
tenía más experiencia guerrera que la de su servicio militar. En los
años 80, como muchos otros jóvenes libios de su generación, sirvió en
las fuerzas enviadas al norte de Chad. Al-Akhdar se toma a pecho su
misión y se enorgullece al explicar que el presidente del CNT, Mustafá
Abdeljalil –quien acaba de instalarse en Trípoli en los locales de la ex
Universidad del Llamado Islámico, situada en una zona bajo su
responsabilidad– le confió personalmente la seguridad exterior del
sitio.
El lunes 7 de noviembre es para él un gran día, debido a la
inauguración de la primera conexión aérea comercial estrenada por la
compañía Turkish Airlines con un vuelo proveniente de Estambul. Sin
embargo, no dejan de preocuparle los incidentes de la noche anterior,
desencadenados por una disputa entre los thuwar de Zintan y algunos
jóvenes del barrio Hay Al-Andalus. La reyerta escaló, con refuerzos de
ambos bandos, que incluyeron camionetas y armas pesadas, hasta que
finalmente se hizo necesaria la intervención personal de Al-Akhdar ante
los responsables de los consejos militares barriales (3) para evitar un
enfrentamiento mayor.
Los incidentes de este tipo –que en ciertos casos implicaron a los
milicianos de Abdel Hakim Belhaj, gobernador autoproclamado de Trípoli y
ex yihadista, y llegaron a causar víctimas– se multiplicaron durante
las últimas semanas. Los thuwar de Zintan encarnan actualmente el
descontento de muchos tripolitanos, quienes los consideran ladrones e
indisciplinados y opinan que deberían abandonar la ciudad. Al–Akhdar
admite ciertos actos aislados: “Mis thuwar no son santos. Algunos
incidentes se deben también al consumo de alcohol proveniente del
contrabando, en aumento en la capital”. Afirma que los comandantes de
sus compañías recibieron la directiva de poner sanciones que podían
llegar incluso a la exclusión de los que cometieron disturbios, en caso
de ser necesario.
Sin piedad para los vencidos
Horas después, en el vasto parque que rodea a las residencias
–bombardeadas por la OTAN– y los campamentos de Gadafi, el jefe rebelde
asiste a una fiesta de la Organización para la Concordia Nacional,
creada a fines de agosto por personajes ilustres de la ciudad (4).
Mujeres y niños oriundos de Tawurgha, Machachiya y Gawalich, que
debieron huir de sus ciudades y pueblos leales a Gadafi al caer el
régimen, son invitados a distenderse. En torno a los platos festivos
tradicionales los puntos de vista de los miembros de la organización
caritativa, procedentes de distintas ciudades costeras o de los thuwar,
son divergentes. Los primeros afirman que es tiempo de que los thuwar
dejen Trípoli y se incorporen al ejército nacional. Los thuwar, en
cambio, consideran que ellos son indispensables para “dar seguridad” a
la ciudad y afirman que Abdel Hakim Belhaj es el responsable de la
propaganda en su contra.
Ellos se consideran los vencedores de la guerra y no entienden por
qué deberían ponerse bajo el mando de generales del ejército nacional,
ex partidarios de Gadafi u opositores del exterior. Según Al-Akhdar,
todo deberá negociarse: grados, salarios, pago de los ocho meses de
servicio, empleos o becas de estudio para los que no quieren entrar en
el ejército. Al-Akhdar piensa defender los intereses de sus hombres y de
su tribu en la carrera que se juega actualmente en el país por el
poder, la influencia y el acceso a los recursos (en especial al
petróleo).
Tampoco es cuestión de abandonar Trípoli y dejar la cancha libre a
Belhaj (cuyas tropas no superarían los trescientos hombres). Este último
punto es común entre todos los comensales, que ven en Belhaj a un
yihadista que aspira al poder político, sin ningún apoyo local. Le dicen
“el hombre del sello”, porque aparentemente llegó a Trípoli sin
participar en los combates, con un equipo de Al Jazeera y con su sello
de gobernador militar de Trípoli. Nadie quiere saber nada de su visión
sectaria del islam, considerada ajena a las tradiciones locales, ni de
su protector, el emir de Qatar, acusado de injerencia en los asuntos del
país. Contrariamente, el presidente del CNT, concita una aprobación
unánime por su rectitud de hombre de ley, su capacidad de escucha y su
voluntad declarada de defender la identidad tradicional y musulmana.
Pero la concordia nacional no acude a la cita. Pocos se preocupan por
la suerte de los habitantes de los pueblos y ciudades víctimas de
represalias por su apoyo al régimen destronado. En las rutas, en las
ciudades, la cacería de automóviles matriculados en Sirte o Bani Walid
es sistemática; controlan y revisan a sus pasajeros y a veces les quitan
sus posesiones. Un miembro de la tribu warfalla de Bani Walid, tuvo que
refugiarse en la casa de unos conocidos en un barrio del sudeste de
Trípoli mayoritariamente habitado por esta tribu. En las paredes del
barrio cada noche aparecen en los muros inscripciones en homenaje a
Gadafi. En relación al saqueo de su casa por unos thuwar de Misrata en
el mes de octubre él afirma: “Nunca olvidaremos. Aguardamos nuestro
momento para tomarnos la revancha”. Si no se tienen en cuenta los
sufrimientos de los vencidos, ni se toman medidas para protegerlos, es
difícil creer en una próxima instalación de la “reconciliación
nacional”, a la que aluden a diario los jefes políticos del CNT, que no
tiene ningún poder real sobre los batallones de thuwar.
Intereses divergentes entre los clanes
Nos dirigimos hacia el sudoeste, rumbo a Zintan. La primera ciudad
que cruzamos, Al-Aziziya, es el feudo de la gran tribu de los
warchafana, quienes respaldaron más o menos activamente al régimen de
Gadafi hasta mediados de agosto, motivo por el cual son considerados
insurrectos de la última hora (5). Al llegar al jebel de Nefusa, la ruta
pasa no muy lejos de los dos pueblos de Riyayna, emblemáticos de las
líneas de fractura que cavó la guerra civil: Riyayna Al-Charqiyya
(Riyayna este), que se unió enseguida a la insurrección y Al-Riyayna
al-Gharbiyya (Riyayna oeste), que respaldó a Gadafi hasta el final. Este
último es un pueblo fantasma –casas calcinadas, puertas derribadas,
tiendas saqueadas–, mientras que su vecino reanudó la actividad normal.
Las consignas que glorifican a Zintan están por todos lados y fueron
pintadas rápidamente, muchas veces sin llegar a cubrir totalmente a las
que ensalzan a las tribus hoy vencidas.
Finalmente aparece la ciudad de Zintan, que domina la región. Allí
sesiona el consejo militar de la región oeste, que cumplió un papel
fundamental de coordinación de las operaciones en el jebel Nefusa y
preparó la ofensiva sobre la capital. Para una población de unos 35.000
habitantes, la ciudad cuenta con más de 3000 thuwar, lo que la convierte
en la más militarizada de Libia. Según Al-Akhdar, habría alrededor de
1800 thuwar de Zintan desplegados en los siete sitios petroleros más
importantes de la región, así como en Ubari, donde actualmente se
negocia el desarme de los tuareg.
“No podemos competir con Misrata, que para una población de 300.000
habitantes cuenta con más de 12.000 thuwar, pero tenemos preocupaciones
distintas. Por eso no quisimos acompañar a sus hombres al sitio y la
ofensiva contra Bani Walid. Nosotros queremos seguir en buena relación
con los warfalla, con quienes nos une una larga tradición de alianzas y
buena vecindad. Los habitantes de Misrata querían más que nada vengar a
su ciudad sitiada por los warfalla, con quienes tienen una vieja
rivalidad. En cuanto a la protección de los pozos de petróleo, nosotros
éramos los más indicados para garantizarla, ya que somos de tradición
beduina y conocemos bien las regiones desérticas hasta Ubari. Los otros
habitantes de Tripolitania no conocen esas zonas ni se aventuran en
ellas.”
Al oír esos discursos, resulta difícil no pensar en la tradicional
diferenciación realizada por el historiador Ibn Khaldun (1332-1406)
entre los valores de los beduinos (badu) y los de los habitantes urbanos
(hadar). Los pobladores de Zintan consideran a los de Trípoli
sometidos, hipócritas y arribistas (6) y se definen a sí mismos como
libres, valientes y francos. Los de Trípoli, por su parte, respetan la
valentía y el espíritu de cuerpo de los beduinos, pero consideran que
sus valores y costumbres no se adaptan a la vida de la ciudad en tiempos
de paz.
O sea que la militarización de las mentalidades y el repliegue sobre
las identidades primarias son causa de la multiplicación de los
enfrentamientos armados, al menos tanto como la omnipresencia de las
armas (7). Las autoridades locales obviamente se niegan a calificar esos
enfrentamientos clánicos como tales, prefiriendo hablar de incidentes
aislados, que atribuyen a una misteriosa “quinta columna” o a “células
gadafistas dormidas” que apuntan a propagar la división (fitna) en el
seno del “pueblo libio”.
Poblaciones desprotegidas
En la capital, Belhaj sabe que tiene el apoyo de Qatar y el respaldo
mediático de Al Jazeera, así como el de hombres ideológicamente formados
y disciplinados. Podría verse tentado a presentarse como alternativa a
los “indisciplinados” beduinos, corriendo así el riesgo de desencadenar
una reacción de estos últimos y un recrudecimiento de la violencia.
Asimismo, el deseo de venganza de las tribus y las regiones vencidas y
humilladas por los rebeldes por haber apoyado al régimen de Gadafi puede
llegar a traducirse finalmente en acciones cada vez más feroces.
Es decir que, tras ocho meses de un conflicto que los dirigentes
occidentales siguen negándose a calificar de guerra civil, la protección
de las poblaciones, motivo declarado para justificar la entrada en
guerra de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sigue
lejos de estar garantizada. El triunfalismo de los jefes de la
coalición, que festejan “su victoria” en la noche de la aniquilación de
Sirte y la muerte de Gadafi, es revelador de su profundo desinterés por
ese “pueblo libio” que incesantemente afirman querer proteger con sus
bombas. Sin embargo el deterioro de la situación interna y la
multiplicación de los enfrentamientos armados en Tripolitania pueden
llegar a recordarles rápidamente que una victoria militar en una guerra
civil no significa nada en sí ni constituye en ningún caso una garantía
de “protección de las poblaciones civiles”.
1. Thuwar es el plural de thaïr, que significa “revolucionario”. El
término designa a los integrantes de los batallones (katiba) que
combatieron el régimen de Muamar Gadafi.
2. Bani Walid es el feudo de la tribu warfalla, la mayor tribu de Tripolitania, que mayoritariamente apoyó a Gadafi.
3. Hoy existen oficialmente 53 consejos militares barriales en Trípoli.
4. Esta asociación cuenta ya con más de 5000 adherentes.
5. Del 10 al 12 de noviembre, hubo enfrentamientos con armas pesadas
entre integrantes de la tribu warchafan y milicianos de la ciudad
costera de Zawiya, que causaron al menos 17 muertos y varias decenas de
heridos.
6. La palabra árabe utilizada se traduciría literalmente como “el que trepa” (mutasalliq).
7. Cada una de las ciudades importantes de la revolución cuentan ya
con su diario y su emisora de televisión (14 canales en todo el país).
Al igual que las grandes tribus, cada una tiene también su página de
Facebook.
* Ex diplomático francés en Trípoli (2001-2004), autor del libro Au cœur de la Libye de Kadhafi, Jean-Claude Lattès, París, 2011.
Traducción: Patricia Minarrieta
http://www.eldiplo.org/notas-web/quien-gano-la-guerra-en-libia/