jueves, 10 de diciembre de 2009

Driss El Yazami: el “etnicismo” no es una fatalidad

Driss El Yazami*:
el “etnicismo” no es una fatalidad

A comienzos de los años setenta, el número de refugiados en África negra era de unas 700.000 personas; veinte años más tarde, superaba los seis millones1. Actualmente, cerca de uno de cada tres refugiados del planeta es un africano que halló refugio en su propio continente. Y para tener una idea de la magnitud de los desplazamientos forzados y de la desestabilización poblacional que ha sufrido África en los últimos decenios, es preciso añadir unos siete millones de desplazados internos (dentro de sus propios países) y las corrientes, tradicionales o nuevas, de inmigración económica. En este contexto hay que situar las crisis xenófobas que han surgido en más de un país de África negra. Los vuelcos geopolíticos internos de los Estados y entre Estados son los que originan esos traslados de población y las consecuentes violaciones a los derechos humanos; mucho más que las sequías periódicas que arrojan a los caminos a cientos de miles de personas.
No cabe duda de que la llegada masiva y repentina de cientos de miles de extranjeros a un país vecino africano, que alimenta difícilmente a su población local, puede ser fuente de tensiones y de rechazo. Sin embargo, impresiona la generosidad que muestran esos países de primer asilo. Así, en la década de 1990, Guinea y Côte d’Ivoire recibieron más de un millón de personas que huían de los conflictos internos de Liberia y Sierra Leona. Diez años más tarde, la mayoría de esos refugiados no ha podido regresar a su país ni encontrar una tierra de asilo definitivo.
Esas dos guerras son, en gran medida, emblemáticas. Como ocurre a menudo, presentan una “faceta étnica”, pero la voluntad de controlar recursos económicos es también la fuente del conflicto y de su financiación: por ejemplo, el contrabando de madera en Liberia y el tráfico de diamantes en Sierra Leona gracias a la complicidad activa de empresas internacionales.
En ambos casos, los protagonistas, apoyados por partes extranjeras interesadas, Estados vecinos o alejados, hacen que el conflicto desborde el territorio nacional: los campos de refugiados sirven de puntos de apoyo para nuevas revanchas. El clima de inseguridad que a menudo reina, la imposibilidad de toda perspectiva de instalación definitiva en un país de acogida más rico, el desinterés e incluso la indiferencia de la comunidad internacional, contrariamente a su actitud en Kosovo o Timor Oriental, fomentan el afán de revancha y facilitan el reclutamiento para la reanudación de los conflictos… y de nuevos éxodos.
Más que a una “fatalidad etnicista”, es a esta desestabilización profunda de las poblaciones a lo que hay que atribuir la xenofobia africana. Los Estados, frágiles desde su creación, pues sus territorios nacionales corresponden rara vez a realidades históricas y culturales, los son aún más por la corrupción y su incapacidad de lograr un auténtico desarrollo.
Después de los “conflictos por país interpuesto” del enfrentamiento Este-Oeste, las nuevas crisis, instrumentalizadas por Estados africanos más poderosos, explotan la dimensión étnica y le imprimen una carga de odio que dista mucho de ser espontánea: es en definitiva “la conquista del poder”, por el que “se enfrentan a menudo sin cuartel los grupos, las tendencias y los clanes” 2, la que acciona ese resorte identitario.
Maquillados para aparecer como “guerras tribales”, esos conflictos y su cortejo de violaciones y de odios pueden perdurar sin que la conciencia internacional se sienta indignada ni responsable. El genocidio de Rwanda, que tenía un origen similar, constituye la prueba más cruel de esa situación.

* Secretario general de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH).

1. Los refugiados en el mundo, ACNUR, 2000.
2. Géodynamique des migrations internationales, Gildas Simon, PUF, París, 1995.

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