martes, 22 de junio de 2010

LOS COMMUNITY COLLEGES GANAN TERRENO

Un modo de enseñanza alternativo en EE.UU.


Frente a los excluyentes costos de la universidad privada en EE.UU., los community colleges ofrecen a las clases populares la posibilidad de acceder a la enseñanza superior. En el marco de la crisis económica actual, el éxito de estas instituciones reside en que proveen una formación continua y adaptada a las necesidades del mercado laboral.


Autor: por Dominique Godrèche, enviada especial
Periodista.
Traducción: Mariana Saúl


Jill Biden, esposa del vicepresidente estadounidense Joseph R. Biden, declaró el 5 de julio de 2009 en París que los community colleges eran la “solución del futuro” para su país. En el mismo sentido se pronunció el presidente Obama el 14 de ese mes, comprometiéndose a elevar al primer puesto mundial la tasa de profesionales universitarios en Estados Unidosluego de años de estancamiento–, apoyándose en esos establecimientos de enseñanza superior públicos de primer ciclo.
La American Graduation Initiative (Iniciativa de Graduación Estadounidense), un plan valuado en 12.000 millones de dólares, debería permitirles obtener cinco millones de profesionales por año a partir de 2020. Por su parte, las fundaciones Gates, Lumina, Kellog y Ford anunciaron que ofrecerán su apoyo a los colleges
¿Por qué los colleges despiertan de pronto semejante entusiasmo tanto entre los dirigentes estadounidenses como entre sus ciudadanos, quienes desde hace un año se inscriben en masa?
Razones no faltan, pero, en estos tiempos de crisis, éstas son en primer lugar de orden económico. Los community colleges, accesibles para todos, sin limitaciones de edad ni distinciones sociales o de proveniencia académica, representan la alternativa a una enseñanza universitaria que en Estados Unidos es tan cara como selectiva. A la salida de la escuela secundaria, estos cursos de dos años otorgan el associate degree, necesario para obtener –luego de dos años de universidad– el bachelor degree (1). Así, los alumnos pertenecientes a las clases desfavorecidas, que no podrían financiar cuatro años de estudios en una universidad privada, pueden acceder a la educación superior. Además, estos colleges dispensan una enseñanza profesional avalada por certificates (certificados académicos), así como una educación diversificada en una franja de la población que de otro modo no tendría derecho a nada, como es el caso particular de los inmigrantes. Por último, desempeñan un papel fundamental en la formación continua y la reinserción de personas en situación de fracaso escolar o que desean reciclarse profesionalmente.
El college de Santa Fe (Nuevo México), fundado en 1982, constituye un ejemplo típico. Sus departamentos proponen un variado programa de estudios: desde derecho hasta cine, desde enfermería hasta nuevas tecnologías solares. Es así como un estudiante de psicología toma cursos de economía o de justicia penal. Para Bruno Bornet, decano del departamento Psychology and Liberal Art Studies, el college encarna “una sociedad democrática, que les da una oportunidad a todos”, pues “parte de la población está excluida de la educación”. Santa Fe, ciudad del arte, solicita nuevas vocaciones: escultores y galeristas afluyen hacia su college, ya sea como profesores o como estudiantes.
Douglas Barkey, decano del departamento de Arte, señala la importancia de esta carrera a nivel local: “Formamos tres mil estudiantes por semestre, de unos 40 años en promedio, así como artistas y estudiantes secundarios. Los profesores deben tener una maestría o acreditar una experiencia profesional de unos veinte años: nuestro staff vale tanto como el de la universidad”.
La integración de los community colleges en el tejido económico de sus regiones y su capacidad de reacción para adaptar los cursos a las nuevas necesidades constituyen para ellos ventajas de gran importancia. Además, la formación continua y la figura del alumno oyente favorecen tanto el desarrollo personal como el enriquecimiento profesional. Así, el college de Santa Fe recibe a jubilados de otros estados deseosos de familiarizarse con el entorno hispano-estadounidense; o a nuevos residentes como Kathleen, que sigue un curso de español “para comprender los nombres de las calles y comunicarse con [sus] empleados hispanos”, o incluso niños, que complementan el home schooling (la educación en casa) que prodigan sus padres. “Cuando un muchacho de por aquí se casa –cuenta Félix López, que elabora imágenes de santos y enseña el arte de su creación– se anota en un curso sobre construcción con adobe, porque prefiere vivir en una casa tradicional y no en una casa rodante. Es en el college donde se perpetúa nuestra cultura. Mi clase tiene dieciséis alumnos de entre 20 y 70 años que llegan de los alrededores, pero también del extranjero” (2).
Para Davis Coss, alcalde de Santa Fe, el derecho a la formación de los inmigrantes, cualquiera sea su estatuto, es fundamental: “Algunos estados aducen que la educación de los hijos de ilegales es demasiado cara. En Nuevo México, que sin embargo es uno de los estados más pobres, pensamos que no educarlos le cuesta demasiado caro a la economía local”. “Santa Fe siempre ha sido una ciudad refugio donde los inmigrantes tienen derecho a trabajar y a estudiar”, agrega Andrew Lovatto, profesor en el college desde hace veinte años. A él le parece lógico que los community colleges tengan tanto éxito: “Las empresas cierran y nos encontramos frente a una masa de gente desempleada cuya única opción es aprender un segundo oficio para encontrar un trabajo. Nosotros ofrecemos esa posibilidad. Y esa es la fuerza de los colleges: la educación permanente”.
De ahí el papel que el Estado federal les otorgó: convertirse en el instrumento que favorezca la recuperación económica nacional (y, en el plano internacional, constituir un modelo para los países en vías de desarrollo). “La universidad es un sálvese quien pueda –observa Sheila Ortego, presidenta del college de Santa Fe–. Nosotros hacemos todo lo posible para ayudar a nuestros estudiantes a ‘llegar’. Tenemos una calidad que a menudo es superior a la de la universidad, donde las clases tienen más de trescientos estudiantes. Y para las personas de edad y la gente que, con una familia a cargo, no pueden dejar de trabajar, el college representa la última esperanza de un futuro mejor. Por eso, lo diré claramente: es ahí donde el dinero debe ser invertido, no en las universidades.”

La educación frente a la crisis

Durante el último año, la crisis provocó un fuerte aumento de las inscripciones en este tipo de establecimientos: en el de Santa Fe fue de +12%. Pero, paralelamente, los estados hicieron importantes recortes presupuestarios en el dinero destinado a la educación: en Virginia del Norte, por ejemplo, estos fondos pasaron del 60% al 45% del presupuesto estatal en cuatro años, aun cuando los inscriptos en el Northern Virginia Community College habían aumentado, ya el verano pasado, un 10% respecto del año anterior. Debido a ello, los colleges se ven ante una situación inédita, pues su financiamiento depende a la vez de impuestos locales, ayudas estatales y derechos de matrícula. “Como no tenemos los medios para contratar a nuevos profesores, nos vemos obligados a rechazar las inscripciones de último momento –se lamenta Ortego–. Y la situación es aún peor en otros estados; en California, por ejemplo.” Para intentar hacer frente a esta afluencia, muchos colleges multiplican los cursos que conducen a los estudios superiores. Según la American Association of Community Colleges, casi la mitad de los estudiantes que prepara el bachelor lo hacen en sus aulas. Más precisamente, estas estructuras acogen en su mayoría a afroamericanos e hispanos, y tienen una población estudiantil esencialmente femenina. La enseñanza libre y las bajas tarifas de inscripción para los desempleados también se están desarrollando (3); y como los pedidos de becas aumentan, muchas instituciones vieron cómo suben sus recursos (según un estudio realizado por la National Association of Independent Colleges and Universities para el período 2009-2010, en un 9,2% sobre varios cientos de establecimientos a nivel nacional).
En cuanto a las universidades privadas, la recesión las obligó por primera vez a acudir a sus listas de espera y, según la misma encuesta, a aumentar muy poco sus matrículas (+4,2% al comenzar el año lectivo 2009, la cifra más baja de los últimos 37 años) con el fin de alcanzar el alumnado completo. Sin embargo, esos derechos no son menos prohibitivos para muchas familias, y las universidades más baratas llenan su matrícula en detrimento de las otras que, no obstante, son más renombradas (la inscripción en primer año cuesta 41.610 dólares en la universidad privada George Washington, contra un poco menos de 8.000 dólares en la universidad pública de Maryland...). Según un sondeo de Oppenheimer Funds, nueve de cada diez estadounidenses están convencidos de que, si sus tarifas continúan escalando, la enseñanza superior se volverá inaccesible; el 43% de ellos no llegaron a ahorrar ni 5.000 dólares con ese fin.
El aumento del desempleo y la desintegración de muchas carteras de acciones cambiaron el panorama en el país: aún cuando uno de los mejores modos de conseguir un trabajo sigue siendo la adquisición de un bachelor, lo cierto es que, cada vez más, la gente se procura este diploma mediante la preparación acelerada creada en 2005 (en tres años en lugar de cuatro) que se hace por internet y sobre todo mediante los community colleges. Los alumnos inscriptos en estos últimos crecieron, en total, un 30% en nueve años: ahorrando en los gastos globales de escolaridad, se aseguran el financiamiento de toda la carrera y al mismo tiempo se quedan cerca de la familia. Más allá de las instituciones prestigiosas (con un 97% de éxito en Harvard), hoy el trayecto hacia el bachelor atraviesa a menudo por lo menos dos establecimientos, y las tasas de éxito varían muchísimo de una escuela a otra, ya que dependen en gran medida de la evolución de las ayudas financieras y de los derechos de matrícula. Es por eso que el plan de Obama ha sido tan bien recibido en los colleges: la intervención del Estado federal podría ayudarlos a mejorar sus resultados y a reducir la persistente brecha que existe entre las clases acomodadas y las menos favorecidas.

Empleos “verdes”

Las autoridades responden a estas expectativas; en particular, se declaran dispuestas a formar una mano de obra “verde”, en un momento en que los temas de medio ambiente cuestionan los ámbitos industriales. Así, el Lane Community College, de Oregón, ofrece cursos y diplomas en tecnología de energías renovables, conservación de los recursos marítimos y gestión de la energía.
Los “empleos verdes”, tema predilecto de militantes ecologistas y personalidades políticas estadounidenses, acaparan considerablemente la atención. En efecto, el gobierno federal acaba de promulgar una ley de reactivación económica que, entre otras cosas, destina más de 100.000 millones de dólares a proyectos de energía renovable, refacción de edificios para adecuarlos a las nuevas normas ecológicas, uso eficaz de la energía y modernización de la red eléctrica. En todos los casos se trata de proyectos financiados tanto por donaciones como por préstamos, y que deberían crear cientos de miles de empleos.
Según un informe de Naciones Unidas, la escasez de trabajadores especializados en técnicas “verdes” constituiría el principal obstáculo para el crecimiento del sector de las energías renovables y el mejor uso de la energía en el mundo. Así pues, se trata de crear programas de formación, a escala federal y estatal, para evitar dicha escasez. Por otra parte, la asociación Academy for Educational Development, en un informe publicado junto con el Consejo Nacional para la Formación de la Mano de Obra, subraya el papel que se espera de los colleges. “Miles de trabajadores son despedidos y deben mejorar sus habilidades o recibir una nueva formación –indica su corredactora, Mindy Feldbaum–. Los community colleges son establecimientos únicos. Gracias a sus estrechos lazos con el mercado laboral (…), pueden responder a las nuevas necesidades de las industrias emergentes y de los empleadores” (4). “Encarnan el eslabón clave de los destinos profesionales, y a menudo son la última posibilidad para escapar de la pobreza –confirma Ortego–; por eso resultan determinantes para la economía del país.”

1 Associate degree equivaldría al título de una tecnicatura mientras el bachelor degree, a un título de grado.
2 Algunos colleges reclutan sus alumnos activamente fuera de Estados Unidos, en particular en China. La cantidad de estudiantes extranjeros habría aumentado en un 10,5% durante el período 2008-2009. Véase “Number of foreign students in US hit a new high last year” (http://chronicle.com).
3 Otras ayudas provienen de programas estatales, y hay becas y préstamos otorgados en el marco de la Free Application for Federal Student Aid.
4 Jeffrey Thomas, “Colegios universitarios comunitarios preparan para empleos verdes”, 8-4-09 (www.america.gov).

informediplo@eldiplo.org

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