jueves, 3 de mayo de 2012

Las revoluciones árabes y la experiencia siria


UN COMPLEJÍSIMO CAMPO DE FUERZAS

Por Alain Gresh*

Medio Oriente presenta un escenario de dramáticas convulsiones. Siria se asoma al abismo de la guerra civil: la revuelta popular es incapaz de provocar la caída del régimen del presidente Bachar Al-Assad, quien encabeza una cruel represión que, pese a los miles de muertos, no ha podido aún sofocarla. Mientras la “primavera árabe” prosigue su lucha por la dignidad y la democracia, Estados Unidos, Israel, Rusia y China permanecen expectantes.

El libro es un clásico. Escrito en 1965 por el periodista británico Patrick Seale, The Struggle for Syria cuenta el enfrentamiento que se dio después de la Segunda Guerra Mundial por el control de Siria (1). Esta lucha se inscribió a la vez en el contexto de la Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos con la Unión Soviética y en el de la “guerra fría árabe”. El Egipto del presidente Gamal Abdel Nasser y Arabia Saudita se disputaban entonces la hegemonía regional –hasta las montañas yemenitas, donde las tropas egipcias apoyaban a la joven república contra las tribus realistas armadas y financiadas por Riad–. Desde los años 1950 hasta la guerra de junio de 1967 con Israel, Siria fue el centro del equilibrio o, más bien, del desequilibrio regional, los golpes de Estado y las juntas militares que se sucedían en Damasco.
Fue también uno de los sitios más destacados dentro de la tumultuosa agitación de los años 1950 y 1960, que apuntaba a la independencia política, al desarrollo económico, al advenimiento de un orden social más justo y más igualitario. Encabezó movilizaciones: de los nacionalistas árabes, de la izquierda, de los marxistas.
Después de la derrota árabe de 1967 frente a Israel, Medio Oriente se hunde en un estancamiento que se prolongará por cuatro décadas. Los regímenes en su totalidad, fueran republicanos o monárquicos, renuncian a toda veleidad de reforma. Se caracterizan por su autoritarismo, por la concentración de las riquezas en manos de una pequeña camarilla ligada al Estado y por una corrupción endémica. Aunque durante este período las explosiones populares expresan de manera esporádica un descontento difuso, los regímenes se enfrentan por lo que se juega geopolíticamente, divididos según sus posiciones respecto de Estados Unidos e Israel. La voluntad de cambio y de transformación social cae en el olvido.
La configuración de las alianzas fluctúa con el transcurso del tiempo. Durante la primera Guerra del Golfo, en 1990-1991, era posible ver a la Siria de Hafez Al-Assad aliarse a Washington, mientras que en Jordania el rey Hussein sostenía a Saddam Hussein. En víspera de las revoluciones árabes de 2011, el clivaje opone un campo proestadounidense (Egipto y Arabia Saudita, principalmente) y un campo llamado de la “resistencia” (Irán, Siria, Hamas en Palestina y Hezbollah en Líbano).
Damasco ocupa una posición privilegiada, en especial gracias a su alianza con la República Islámica de Irán; una alianza que no fue quebrantada durante treinta años, ni siquiera a pesar de los puntos de vista divergentes entre los dos países sobre la paz con Israel, cuyo principio Irán rechaza y Siria acepta con ciertas condiciones, en particular con la restitución de los Altos del Golán, ocupados por el Estado hebreo desde junio de 1967.
Un “polo de resistencia”
Después del asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri, el 14 de febrero de 2005, y de la partida precipitada de sus tropas del Líbano, el régimen baasista vivió una fase de aislamiento de la cual el presidente Bachar Al-Assad finalmente logró salir. Su inflexibilidad frente a la administración de George W. Bush, que soñaba con derrocarlo; su apoyo a Hezbollah durante la guerra librada por Israel en el Líbano en el verano de 2006; más tarde su apoyo a Hamas durante la invasión israelí en diciembre de 2008-enero de 2009 confirmaron en la región su imagen de “polo de resistencia”. Impresionados por esta entereza, los Hermanos Musulmanes sirios pusieron término –provisorio– a su oposición.
Este prestigio hizo creer a la dirección baasista que el país quedaría a cubierto del movimiento que pesaba sobre la región desde el año 2011. En el resto del mundo, lleva también a ciertos movimientos antiimperialistas, que no ven el alcance de los cambios provocados por las revoluciones árabes, a reducir a su dimensión únicamente geopolítica (2) el enfrentamiento con Siria. 
Son falsos análisis y falsos cálculos. El régimen está minado con las mismas taras que afectan al conjunto de la región: autoritarismo y arbitrariedad del Estado; saqueo de las riquezas y liberalización económica que agrava las desigualdades; incapacidad de responder a las aspiraciones de una juventud más numerosa y mejor formada que sus mayores. La negativa a tomar en cuenta estas esperanzas y la brutalidad inaudita de la represión aceleraron la escalada de la violencia y favorecieron la militarización de una parte de la insurrección que, al principio, como en Egipto, aspiraba en su inmensa mayoría a la no violencia (silmiyya). El temor de ver que los enfrentamientos tomasen un giro confesional se acrecentó, y el régimen no titubeó en utilizar esta carta para amedrentar a alauitas (3) y cristianos.
La oposición, sin embargo, se muestra incapaz de ofrecer garantías serias para el futuro. Algunos, incluso, abandonaron sus filas. Los kurdos, que fueron de los primeros en manifestar (en particular para obtener el documento de identidad nacional del que estaban privados) ahora se mantienen apartados, shockeados por la negativa del Consejo Nacional Sirio (CNS) de reconocer sus derechos (4). Por su parte, el régimen reanudó, no sin éxito, las actividades del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que ya había utilizado en el momento de su enfrentamiento con Turquía en los años 1990 y que sigue siendo popular entre los kurdos de Siria.
Además, acaba de crearse un nuevo grupo: el Movimiento Nacional para el Cambio (MNC), dirigido por el doctor Ommar Qurabi, ex presidente de la organización siria para la defensa de los derechos humanos. Reprocha al CNS la marginación de los militantes alauitas o turcomanos (5). En cuanto a los cristianos, que vieron cómo miles de sus correligionarios iraquíes se refugiaban en Siria, observan con angustia la escalada de los yihadistas tanto como los eslóganes anticristianos y antialauitas entonados por ciertos manifestantes.
Riesgo de desastre mayor
Cuestionado por una cantidad de opositores –en particular por el Comité Nacional de Coordinación, que se opone a la intervención militar extranjera y no se niega al diálogo con el régimen–, desgarrado por las escisiones sucesivas, rechazado por los comités locales, el CNS está dominado por los Hermanos Musulmanes y cuenta con algunas figuras liberales como fachada. Su dependencia respecto de los países occidentales y de las monarquías del Golfo es mal vista.
Es un perfecto atolladero. La oposición es incapaz de provocar la caída del régimen y el régimen es incapaz de terminar con una revuelta que sorprende por su determinación y por su coraje ante el sacrificio. La vuelta al statu quo ante es imposible, y el control del poder sobre los espíritus y los cuerpos, en una sociedad que se politizó en el transcurso de los meses, nunca podrá restablecerse.
Las reformas adoptadas por Damasco (nueva constitución, amnistías sucesivas, etc.) no tienen ningún alcance: los servicios secretos y el ejército tienen carta blanca para asesinar, bombardear y torturar a quien les parezca.
Al mismo tiempo, los riesgos de guerra civil son reales, con posibles desbordes en Líbano y en Irak. Una intervención militar extranjera acentuaría la radicalización de los enfrentamientos comunitarios y haría del fusil el único árbitro de los clivajes confesionales. Podría asestar un golpe fatal a las esperanzas de democratización en la región.
Las decisiones no se reducen sin embargo a la opción militar. Las presiones económicas sobre Siria (que pueden ser reforzadas, a condición de estar orientadas hacia los dirigentes y no a la población) llevan al sector de la burguesía que sostiene al régimen a dudar. Por otra parte, a pesar de las dificultades, las primeras misiones de observadores de la Liga Árabe redujeron la violencia; Arabia Saudita logró que se retiraran y se archivara su informe que no correspondía a la simplificación mediática. La vuelta de la misión a Siria, y su extensión, sería un paso adelante. En fin, habría que asociar a Rusia y China al intento de negociar una transición. “¿Con un régimen asesino?”, objetan algunos. En América Latina, la transición hacia la democracia se hizo acordando con los militares una amnistía, aun cuando es de lamentar que estos últimos se hayan aprovechado de ella durante treinta años.
Esta vía estrecha y escarpada no es la privilegiada por la mayoría de los actores externos, que reducen la situación a un enfrentamiento titánico entre dictadura y democracia. Sin embargo, ¿quién puede creer que el régimen saudita quiera instaurar la democracia en Damasco? Este régimen que no reconoce ninguna asamblea elegida; cuyo ministro del Interior declaró que las manifestaciones chiitas en el este del país eran una “nueva forma de terrorismo” (6); este régimen que ha reprimido violentamente, a principios de marzo, en Abha –capital de la región de Asir, de mayoría sunnita– a los estudiantes movilizados contra la mediocridad de la enseñanza en las universidades.
Preocupada por el debilitamiento de Estados Unidos en la región, hostil al “poder chiita” que se instauró en Irak, Arabia Saudita se hizo cargo de la contrarrevolución regional, aplastando la rebelión en Bahrein sin acabar con ella. Ahora arma a los rebeldes en Siria, agitando el cuco chiita para lograr reunir a la mayoría sunnita, contando con la doble hostilidad hacia los chiitas y hacia los “persas”. 
El restablecimiento de un discurso de la “solidaridad sunnita” por parte de Riad se basa en la llegada al gobierno de los Hermanos Musulmanes en Túnez, en El Cairo, en Rabat y quizás mañana en Libia –aun cuando en esta última década las relaciones entre los Hermanos y Riad fueron pésimas–. Pero la suerte sigue siendo incierta, pues la Hermandad está dividida por las decisiones que debe tomar, como lo indica el rechazo del gobierno tunecino a toda intervención extranjera en Siria o la lucha dentro de Hamas, que abandonó su cuartel general de Damasco. Un miembro del buró político de la organización, Salah Al-Bardawil, afirmó incluso que, en caso de guerra entre Irán e Israel, “Hamas no intervendría”, posición que fue rechazada por otro dirigente importante, Mahmud Al-Zahar (7). Pues la idea de una gran alianza sunnita contra Irán y Siria viene a tropezar, una vez más, contra la impasse palestina. ¿Quién podrá reemplazar a Damasco y Teherán en la resistencia a la estrategia israelí?
Washington, por su parte, apunta a quebrar a uno de los pilares del “eje del mal” y, más allá, a Irán, a quien el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu sueña con bombardear. Habiendo abandonado ya Irak sin gloria, acorralado en Afganistán, de donde pronto se irá, maldecido no solamente por los talibanes sino por una población exasperada por sus “errores”, Estados Unidos parece reticente a una nueva aventura militar en Siria, al mismo tiempo que ve en la caída del presidente Assad una manera de reconquistar posiciones en la región. La pregunta es si se sumará como en Libia a una intervención militar o si se arriesgará a una desestabilización del país al que afluyen ya yihadistas y combatientes de Al-Qaeda.
En cuanto a las autoridades israelíes, su posición fue expresada quizás por Efraim Halevy, ex director del Mossad y ex consejero de Seguridad Nacional, que explica que el derrocamiento del régimen de Damasco, al debilitar a Teherán de manera definitiva, permitiría evitar bombardear Irán (8). Pero Tel Aviv sabe que cualquier posición pública en este sentido no puede sino volverse en contra de la oposición siria. Y algunas voces en Israel se preocupan por las consecuencias de una guerra civil en Siria, que podría poner fin a la tranquilidad que reina en las fronteras entre ambos países.
No subestimar las protestas
Por último, Rusia y China, por su parte, temen la escalada de poder de los islamistas y del unilateralismo europeo y estadounidense. Hasta ahora vienen vetando las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU relativas a Siria, afirmando al mismo tiempo su preferencia por una solución negociada.
Todas estas maniobras se desarrollan en un Medio Oriente ya profundamente desestabilizado después de las guerras llevadas a cabo por Estados Unidos (Afganistán, Irak) e Israel (Líbano, Palestina): Estados debilitados; creciente papel de las milicias (Irak, Kurdistán, Afganistán, Líbano, Palestina), a menudo armadas con potentes medios convencionales, en particular misiles; tensiones comunitarias que amenazan a las minorías, etcétera.
En este contexto inestable estallaron las revueltas árabes que reivindican la libertad, la dignidad (karama), la democracia y la justicia social.
Si bien estas revueltas han volteado presidentes en Túnez y en Egipto, en Libia y en Yemen, en la opinión occidental despunta la decepción. Como lo hace notar Peter Harling, director de las actividades de la International Crisis Group en Egipto, en Siria y en Líbano, no hay, sin embargo “nada asombroso en el hecho de que el momento fulgurante de las revoluciones relámpago, en Túnez y en Egipto, ceda el paso a una gran confusión. En casi todo el mundo árabe asistimos a una renegociación, más o menos ambiciosa y violenta, de un nuevo contrato social. A la complejidad de los casos individuales se agregan sus fuertes correlaciones, en una región en ebullición, donde el ‘modelo tunecino’ es discutido hasta en el último de los campos sirios” (9).
“¿Invierno islamista?” ¿Enfrentamientos interconfesionales? ¿Aplastamiento por parte del ejército de los movimientos en Siria o en Egipto? Ninguna de estas hipótesis puede ser totalmente descartada, pero todas subestiman la fuerza de las protestas, la adhesión expresa a tener elecciones democráticas, la extraordinaria resiliencia de las poblaciones en Bahrein como en Siria. Sin dejar de mantener su apoyo a la causa palestina, que sigue estando muy presente, los pueblos están comprometidos a reanudar las luchas sociales y democráticas, estancadas desde 1967. En este contexto, nuevas intervenciones extranjeras amenazarían con atizar las divisiones, como se puede ver en Irak o en Libia, o transformar el combate democrático en una lucha confesional, en primer lugar entre sunnitas y chiitas. g

1. Patrick Seale, The Struggle for Syria: A Study on Post-War Arab Politics, 1945-1958, Oxford University Press, Londres-Nueva York, 1965.
2. Sobre los debates en la izquierda libanesa, véase Nicolas Dot-Pouillard, “ ‘Résistance’ et/ou ‘révolution’: un dilemme libanais face à la crise syrienne”, Les Carnets de l’Ifpo, 11 de enero de 2012, http://ifpo.hypotheses.org
3. Minoría musulmana, ligada al chiismo, de la cual proviene la familia Al-Assad y parte de los dirigentes sirios.
4. Dogu Ergil, “Syrian Kurds”, Zaman, Estambul, 21 de febrero de 2012.
5. Ipek Yezdani, “Syrian dissidents establish new bloc”, Turkish Daily News, Estambul, 21 de febrero de 2012.
6. “State has full right to check rioting, Interior Ministry says”, Arab News, 11 de marzo de 2012, http://arabnews.com
7. The Guardian, Londres, 6 de marzo de 2012, y The Jerusalem Post, 8 de enero de 2012.
8. “Iran’s Achilles’Heel”, International Herald Tribune, Neuilly-sur-Seine, 7 de febrero de 2012.
9. “Le monde arabe est-il vraiment en ‘hiver’?”, Le Monde.fr, 1 de febrero de 2012.

* De la redacción de Le Monde diplomatique, París.


Traducción: Florencia Giménez Zapiola

http://www.eldiplo.org/154-el-subsuelo-en-disputa/las-revoluciones-arabes-y-la-experiencia-siria?token=&nID=1

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