sábado, 18 de junio de 2011

El péndulo ucraniano

Entre Rusia y Occidente



por Andrei Kurkov
Escritor. Autor de Muerte con pingüino, El tercer nombre, Madrid, 2006.


Traducción: Lucía Vera


Andrei Kurkov es el escritor ucraniano más prestigioso en el mundo, pero escribe en ruso. Sus novelas están pobladas de pingüinos neurasténicos y de visiones irracionales, pero tratan siempre de asuntos políticos. Kurkov es heredero de Gogol: cuando la realidad es extraña, la verdad se halla en lo fantástico. Aquí, algunas historias ucranianas.


Tuve suerte. Crecí en la Ucrania soviética, viví la desintegración de la URSS y hace ahora diecinueve años que observo los acontecimientos en el país, cuando no participo directamente en ellos.
En diecinueve años de vida en común he logrado captar la lógica de Ucrania: un péndulo de Foucault, que oscila entre el Este y el Oeste.
A comienzos de los años 90 mi mujer y yo compramos un estudio en el centro histórico de Kiev, y nuestra primera preocupación fue instalar una puerta blindada a prueba de balas. En esos tiempos, la ciudad, como por otra parte el resto del país, estaba controlada por grupúsculos criminales, y los únicos, sin duda, que no les pagaban tributo eran los policías. Al contrario, eran los gángsters quienes le daban dinero a la policía: para que les informara de sus proyectos y para que estuviera dispuesta a liberar a los malhechores detenidos accidentalmente con una Kalashnikov en sus manos. Este período duró seis o siete años, hasta que los policías más astutos comprendieron que podían asegurar por sí mismos la protección de los hombres de negocios de pequeña y mediana importancia, y cobrar por sus servicios.
En la misma época, los servicios especiales, provenientes de la ex KGB, estaban cansados de las guerras mafiosas y de la corrupción de la milicia. En dos años, toda la mafia ucraniana desapareció no se sabe dónde, mientras en los cementerios del país “florecían” miles de lápidas sobre las cuales los difuntos posaban vestidos con ropa deportiva Adidas, llaves de Mercedes en mano… Entonces nuevamente fue posible pasearse por las calles, incluso de noche. Los vendedores de puertas blindadas empezaron a sufrir pérdidas. Los gángsters más tenaces supieron mantenerse con vida y se reconvirtieron al comercio y la política. Muchos se dedicaron al contrabando, lo que les permitió inundar el país de artículos importados, de colores atractivos y precios accesibles: abrigos de piel griegos y camperas de cuero turcas, licores israelíes y alcohol belga Nicolás II. Nadie pagaba impuestos, pero el salario mensual de un obrero no superaba los 40 ó 50 dólares, y con una jubilación de funcionario público apenas se podían comprar unas hogazas de pan.
El poder estaba entonces en manos del presidente Leonid Kuchma, un brillante representante de los “directores rojos”. Simple, espontáneo, cercano al pueblo, aparecía cada tanto en la televisión, con su vieja guitarra. Parece que a veces incluso se le daba por cantar. Hasta tal punto tenía el Presidente unos aires de buen padre de familia, que enseguida se vio rodeado por gente deseosa de escucharlo tocar. Melómanos, que pronto formaron su principal business environment. Privatizaron la mayoría de las empresas y le sugirieron al Presidente las leyes necesarias para que Ucrania se volcara lo más rápidamente posible hacia la economía liberal. Pero mientras tanto Ucrania se había transformado en un inmenso mercado salvaje. Uno de cada dos ucranianos comerciaba algo. Todo era bueno para la venta: las papas del jardín, los cigarrillos de contrabando, los productos de la fábrica en que se trabajaba. Porque después de la crisis parlamentaria, los obreros cobraban su salario directamente en especies. Siempre era mejor que nada.
La ruta entre Kiev y Nikolaiev cruza la pequeña ciudad de Pervomaisk, que albergaba antaño una fábrica de cacerolas y de sartenes. Con la quincalla que recibían como salario, los obreros alimentaban un mercado instalado a lo largo de la calzada, que permanecía abierto las 24 horas. La primera vez que llegué a las inmediaciones de Pervomaisk por la ruta de noche, camino al Mar Negro, vi con sorpresa una suerte de halo que iluminaba el horizonte. Pensé que se trataba seguramente de invernaderos. Pero descubrí que era el mercado de las cacerolas iluminado a giorno por proyectores. Las cacerolas, con esa luz, brillaban como las piezas de una nave cósmica que se hubiera desmontado en el lugar. Este mercado, a propósito, sigue existiendo, aunque desde hace mucho tiempo los salarios se pagan con dinero.

Un país multivectorial

Leonid Kuchma, segundo presidente de Ucrania, declaró que en el curso de su primer mandato había aprendido a ser Presidente, y que durante el segundo pretendía reformar el país para convertirlo en un Estado europeo moderno. Es tal vez lo que hubiera pasado, si no se hubiera presentado un pequeño “obstáculo”. En septiembre de 2001, un periodista hasta entonces totalmente desconocido por el público, Gueorgui Gongadzé, desapareció. Su cuerpo fue encontrado rápidamente, decapitado. Enseguida aparecieron notas confidenciales, redactadas en la propia oficina de Leonid Kuchma por un hombre de su guardia de seguridad personal, el mayor Melnichenko. Estas notas permitían suponer que la orden de eliminar a Gueorgui Gongadzé provenía del Presidente, o de su entorno. Fue un escándalo internacional, que todavía hoy tiene repercusiones en la política ucraniana. El proceso al ejecutor –el general de la milicia Oleksi Pukach– se llevará a cabo próximamente, pero quien lo encargó sería el actual presidente del Parlamento, Vladimir Litvin, quien encabezaba la administración del presidente Kuchma en 2001.
El presidente actualmente en ejercicio, Viktor Yanukovich, es asimismo uno de sus discípulos. Kuchma lo había elegido como “sucesor” en 2004, cuando juzgó que pretender un tercer mandato presidencial después del escándalo suscitado por el asesinato de Gueorgui Gongadzé resultaba tal vez un poco inmoral. A decir verdad, la Constitución prohíbe al Presidente presentarse más de dos veces, pero la Corte Constitucional había dado de todas formas su autorización; en Ucrania, la Corte Constitucional no contraría nunca los deseos presidenciales. Y la época actual no es una excepción.
En 2004, sin embargo, gracias a la Revolución Naranja, fue Yushchenko el que ganó. Un mandato que pasó sentado en su trono, indiferente a la situación económica del país, exclusivamente preocupado por predicar la buena palabra, como un sacerdote en su parroquia, y por enseñarle al pueblo a amar a Ucrania, al tiempo que se dedicaba a demostrar que la verdadera Ucrania era él, Yushchenko. Sin duda, no fueron los peores años que hayan vivido los ucranianos, pero fueron ciertamente los más mediocres que el Estado haya conocido. Lo que dio por resultado la llegada al poder del Partido de las Regiones y de su líder Viktor Yanukovich.
Con frecuencia se lo compara con Bush junior. Tienen más o menos el mismo grado de instrucción, y cometen faltas en las mismas palabras. El error más célebre de Viktor Yanukovich, lo cometió antes de convertirse en Presidente. En un formulario a llenar para participar en las elecciones, declaró ser profesor –un noble vocablo, salvo que ignoraba su ortografía–.
¡Dios guarde a nuestro profesor Yanukovich! Al propio como al figurado. Se dice que es un hombre profundamente creyente. Lo que, ciertamente, lo acerca más a Bush junior. Ignoro si el parecido puede ir más lejos. Pero después de su victoria en las presidenciales, se apresuró a restaurar las relaciones con Putin y Rusia, que su predecesor había deteriorado. En los dos primeros meses de su mandato, prolongó por 25 años la presencia de la flota rusa en Sebastopol y garantizó que el gas ruso destinado a Europa Occidental podría transitar por Ucrania de manera estable y continua. Prometió incluso reconocer a las repúblicas de Osetia y de Abjasia, hoy separadas de Georgia. A la población, y en particular a la de Ucrania occidental, cuya actitud respecto de Rusia está impregnada –por no decir más– de una prudente reserva, Yanukovich le explicó que a cambio de ese testimonio de amistad, Ucrania tendría gas barato.
Rusia no bajó el precio del gas. Viktor Yanukovich dejó de hablar de amistad y se acercó al presidente bielorruso Lukashenko, quien firmó un acuerdo con Hugo Chávez para reemplazar las entregas de petróleo ruso por el petróleo venezolano, que llegaría a Bielorrusia vía Lituania y Ucrania. He aquí cómo Ucrania volvió a ser “multivectorial”, tratando al mismo tiempo de seguir siendo amiga de Rusia, de cobrar los miles de millones de crédito del Fondo Monetario Internacional (sin los cuales el país sería declarado en estado de cesación de pagos), y de sacar provecho del conflicto entre Rusia y Bielorrusia; a propósito, sigue sin reconocer a la república de Osetia…

Una guerra de larga data

La televisión pública rusa reaccionó difundiendo, en un programa muy popular, una parodia feroz de Yanukovich. Los ucranianos, que sin embargo no quieren a su Presidente, se sintieron ofendidos. Pero los analistas recordaron que en la televisión rusa sólo se ríe por orden del Kremlin; era por lo tanto una señal. Una señal enviada justo después de la visita brutalmente interrumpida de Vladimir Putin a Kiev, que se volvió muy descontento y antes de lo previsto, después de haber anulado un desayuno. Sin embargo, la visita de Putin había tenido lugar antes de las elecciones regionales, de las que el partido gobernante esperaba que le permitieran tomar el control del conjunto del país. De hecho, con intrigas y confabulaciones, lo logró parcialmente, por gracia de provocaciones y maniobras judiciales diversas.
En las tres regiones occidentales, salieron primeros los nacionalistas radicales, apoyados de manera increíble por el partido de Yanukovich, con el único propósito de frenar a los aliados de Yulia Timoshenko (1). Y en el resto del país, el Partido de las Regiones supo encontrar un lenguaje común con los representantes de otros movimientos. Pero, aun cuando no siempre sea el caso de sus representantes, el pueblo se ha liberado del miedo a través de la Revolución Naranja y no quiso dejarse nuevamente asustar ni tampoco comprar. Y el Presidente se encuentra otra vez condenado a no cumplir su promesa de hacer del ruso el segundo idioma oficial del Estado, ya que la mayoría de los ucranianos se opone a ello. Por lo tanto, debió celebrar recientemente la fiesta de la lengua oficial, durante la cual, a las 16 horas, las emisoras de radio difundieron en todo el país un dictado especialmente elaborado para la circunstancia, que le permitió a cada uno controlar su nivel. Evidentemente, no está realmente entre las atribuciones de un Presidente la de hacer un dictado. Pero era necesario que el gobierno diera testimonio ante las cámaras de su respeto por el ucraniano. De ello se encargó el ministro de Educación, Dimitri Tabachnik, rusófono: una sola falta.
La guerra por y contra la lengua rusa ha durado ya diecinueve años. Pero desde hace tiempo dejó de ser un problema para la mayoría de los ucranianos. En Ucrania occidental, donde los partidos nacionalistas van viento en popa, se encuentran muchos más turistas provenientes de Rusia que del resto de Europa. Las ciudades están allí mejor mantenidas, y la gente es más sonriente. La explicación es que esta región sólo pasó 45 años en el regazo de la URSS. En cuanto a Ucrania oriental, a pesar de su proximidad con Rusia, no tiene ninguna gana de retornar a “la familia de los pueblos soviéticos, que tienen a Moscú como capital”, y los hombres de negocios envían a sus hijos a estudiar a Inglaterra o a Estados Unidos. Hace poco un conocido, un hombre de negocios de Donetsk, me dijo con orgullo que sus hijos habían aprendido el ucraniano. Él no lo hará jamás; no le hace ninguna falta en una ciudad totalmente rusófona. Pero está bien que sienta que Ucrania tiene un futuro diferente al de Rusia.


1 N. de la R.: Primera Ministra después de la “Revolución Naranja”, dirige el bloque Timoshenko.

A.K.

INFORME DIPLÓ II Le Monde Diplomatique

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