domingo, 11 de marzo de 2012

Un posible boomerang


LOS RIESGOS DE UNA GUERRA CONTRA IRÁN

Por Gary Sick*

Barack Obama, en busca de su reelección, advierte a Irán que no tolerará que siga avanzando en su proyecto nuclear. Y le asegura a su aliado, Israel, que la vía militar es una alternativa viable.

n Irán sin armas nucleares es preferible a un Irán que las tuviera. El propio Teherán lo admite. Signatario todavía del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), el país acepta las inspecciones de sus principales emplazamientos que lleva a cabo la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). Y sus dirigentes, empezando por el ayatollah Jamenei, cada tanto proclaman que la posesión, la fabricación y la utilización de armas de esta naturaleza son contrarias al islam.
Desde la época del Sha, el país apoya la idea de un Medio Oriente desnuclearizado. El director de Inteligencia Nacional estadounidense, que coordina todas las agencias de seguridad de Estados Unidos, asegura que la República Islámica no tomó la decisión de construir la bomba (una decisión que, por lo demás, sería imposible disimular). No obstante, la historia nuclear del país persa tiene lagunas e incoherencias que no inspiran confianza, y la retórica incendiaria de sus dirigentes aumenta la sospecha.
Una opinión bastante difundida sostiene que sólo la coerción podría conseguir persuadir a Teherán de cambiar de rumbo. Esta política se viene desarrollando desde mediados de los años 90, bajo la administración de William Clinton. Luego, George W. Bush y Barack Obama la continuaron (1). En cuanto a los Estados europeos, en un principio reticentes, se sumaron luego a esta idea, empezando por Francia y el Reino Unido, que se pusieron a la cabeza del movimiento al preconizar sanciones reforzadas.
Una estrategia inútil
Antes de la adopción de esta estrategia, Irán tenía un programa nuclear de lo más rudimentario, sin una sola centrifugadora para enriquecer uranio. Casi dos décadas después, la AIEA informa que el país dispone de un programa considerable, con unas ocho mil centrifugadoras operativas instaladas en dos emplazamientos principales y un stock de casi cinco toneladas de uranio débilmente enriquecido. Así pues, el fracaso es evidente.
En lugar de tomar nota de ello, Estados Unidos y sus aliados replicaron con una escalada, llegando incluso a prohibirle a la República Islámica que vendiera sus productos petroleros, lo cual la privará de más de la mitad de sus ingresos. Tales medidas se parecen mucho a un bloqueo militar de los puertos petroleros, es decir a un acto de guerra. Las sanciones, que teóricamente deberían prevenir un conflicto bélico, se transforman así, progresivamente, en una guerra económica. El boicot a los bancos y el petróleo iraníes debería entrar en vigor de aquí al verano (boreal) de 2012; entonces podremos hablar de un conflicto no declarado. Nadie sabe cómo responderá la República Islámica, pero nadie imagina tampoco que sus dirigentes vayan a capitular, ni que vayan a quedarse de brazos cruzados.
La elección de la coerción se funda sobre la creencia de que la misma no puede volverse contra sus promotores. La misma convicción parece reinar en esos grupos que llevan a cabo una guerra clandestina contra Irán mediante asesinatos de científicos o ciberataques (por ejemplo, en 2010, con el gusano informático Stuxnet, destinado a interferir en el funcionamiento de las centrifugadoras) (2). Hay drones estadounidenses sobrevolando el territorio iraní. Hay información creíble que habla de un apoyo a movimientos separatistas en la región de Baluchistán –donde se dice que israelíes disfrazados de oficiales estadounidenses de la Central Intelligence Agency (CIA) habrían reclutado agentes–, pero también en la provincia de Juzestán, de población árabe, en el Kurdistán iraní o en las zonas de población azerbaiyana (3).
Estos sucesos despiertan gran satisfacción en Israel, en Estados Unidos y en algunas capitales europeas. A pesar de las proclamaciones según las cuales Irán representa una amenaza para la paz y la estabilidad internacionales, la política occidental está fundada sobre la hipótesis implícita de que Teherán no puede responder eficazmente a las amenazas financieras y clandestinas contra su seguridad. Ninguna de las partes implicadas toleraría semejantes acciones sobre su territorio. ¿Cuál podría ser entonces la réplica de la República Islámica?
¿Verdadero peligro?
Irán no es un peligro serio para nadie, ni siquiera para sus vecinos más próximos. Su presupuesto militar representa una fracción minúscula, no sólo comparado con el de Estados Unidos o de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sino también con los gastos combinados de los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) (4). El país está cercado por las fuerzas estadounidenses y por la OTAN, entre otras cosas por un anillo de bases y fuerzas navales. Consciente de su relativa debilidad, hasta ahora evitó los enfrentamientos militares directos.
En cambio, invirtió enormemente en una robusta estructura de defensa –aunque relativamente barata– que haría muy peligrosa cualquier invasión. También perfeccionó técnicas de guerra asimétrica, tales como la guerrilla y la utilización naval de barcos rápidos que pueden sembrar la confusión y hasta vencer buques de guerra. Ajustó las baterías de misiles crucero, armas relativamente simples pero que podrían revelarse eficaces al ser utilizadas en masa, incluso contra un blanco importante.
Otro ámbito en el que Irán dispone de una gran competencia es el de la guerra informática, un terreno donde todo el mundo –o casi– tiene sus posibilidades. La represión que siguió a la dudosa elección presidencial de junio de 2009 demostró la capacidad del gobierno para controlar el ciberespacio. Contrariamente a los Estados árabes, que atraviesan masivas protestas desde principios de 2011, la República Islámica supo desactivar selectivamente fracciones de internet y trabar la utilización de Facebook, Twitter o el envío de SMS sin causar mayores daños a su comercio. También consiguió penetrar las redes sociales para identificar a los potenciales líderes de la oposición y utilizar sus declaraciones y actos para llevarlos a la Justicia. Por lo demás, el país persa dispone de una reserva de jóvenes y brillantes ingenieros informáticos, enrolados en un ciberejército semiclandestino. Hasta aquí, esta fuerza sirvió sobre todo para la represión, pero fácilmente puede ser dirigida contra un enemigo exterior.
Sin embargo, el arma de destrucción masiva de Irán no es una flota de lanchas rápidas, ni la informática, y menos aún una bomba nuclear inexistente: es el precio del petróleo. Para utilizarlo, Teherán ni siquiera necesita cerrar el estrecho de Ormuz. Si todas las sanciones internacionales fueran aplicadas, faltarían casi dos millones de barriles de petróleo por día. Arabia Saudita dijo que aumentaría su propia producción, y la reactivación de la producción libia también podría ayudar a compensar la escasez. Estados Unidos, así como otros países (sobre todo europeos), también podría utilizar sus reservas estratégicas.
Pero Europa debería encontrar –por sus propios medios– algo para reemplazar los casi seiscientos mil barriles que todos los días importa de Irán. Esta demanda emana mayoritariamente de sus tres economías más vulnerables (Grecia, Italia y España), cuyas importaciones actualmente se fundan en acuerdos de trueque y en contratos a largo plazo relativamente ventajosos, acuerdos cuyas ventajas, en términos de precio y calidad, serán difíciles de igualar. Deberán negociarse nuevos contratos, ponerse en marcha otros circuitos de proveedores y volver a calibrar las refinerías.
Un escenario temible
¿Esta transformación se hará con suavidad, sin aumento significativo del precio del petróleo? En enero de 2012, cuando Irán y Estados Unidos intercambiaron amenazas a propósito del estrecho de Ormuz, el precio del barril aumentó más del 6% y se estabilizó en ese nivel, sin que se disparara un solo tiro. Pero cualquier aumento tiene repercusiones mundiales, no sólo sobre el precio –políticamente sensible– de la nafta, sino también sobre casi todo lo que se fabrica y se transporta.
Imaginemos, dentro de cuatro meses, el siguiente escenario. Mientras el mundo se mueve para reemplazar el petróleo iraní y mientras Irán, por su parte, sufre cada vez más dificultades para mantener sus ingresos, el mercado empieza a experimentar una tendencia al alza. En ese momento, varios oleoductos o lugares de carga en el sur de Irak sufren explosiones inexplicadas, cuyo resultado es la supresión en el mercado de un millón de barriles por día. Al mismo tiempo, misteriosas averías afectan las refinerías saudíes y kuwaitíes, y las operaciones de carga de hidrocarburos en Emiratos Árabes Unidos se ven retrasadas debido a dificultades técnicas imprevistas en los controles informáticos, o posiblemente a un sabotaje orquestado por Teherán. Es imposible predecir a qué nivel subiría entonces el precio del barril, y por cuánto tiempo.
Este escenario demuestra que las sanciones rígidas no afectarían solamente a Irán: podrían tener consecuencias graves a escala internacional. Asumir ese riesgo sin duda vale la pena si se persigue un objetivo político bien definido y realista. Si de lo que se trata es de lograr que Teherán capitule y elimine su programa de enriquecimiento nuclear, cualquiera que conozca el país al menos un poco confirmará que es una quimera. Por lo demás, poca importancia tiene quién esté en el gobierno.
Si el objetivo es volver a llevar a la República Islámica a la mesa de negociaciones, el país ya declaró, hace más de un año, que deseaba un diálogo sin condiciones previas, es decir sin tener que aceptar una interrupción completa de su programa de enriquecimiento, tal como lo exigen las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cuando el TNP permite dicho enriquecimiento. Sin embargo, eso es precisamente lo que pide la alta representante de Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea, Catherine Ashton, en su carta del 21 de octubre de 2011, donde invita a retomar las negociaciones (5). Es una falla fundamental en la estrategia occidental, que torna la situación peligrosa.
Por último, si el objetivo es castigar a Irán con la esperanza de provocar una guerra, entonces, efectivamente, hay posibilidades de éxito. Pero no se eliminará con ello la amenaza nuclear; al contrario. Se alimentará la fuerza de un gobierno extremista en su postura desafiante y de desprecio por la “comunidad internacional”, en su determinación de dominar el ciclo completo del combustible nuclear y, finalmente, de acelerar la fabricación de una bomba.
1. “Tempête sur l’Iran”, Manière de voir, Nº 93, junio-julio de 2007.
2. Philippe Rivière, “Ciberataque contra Teherán”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2011.
3. Alain Gresh, “Quand Israël attaquera-t-il l’Iran ? Il y a deux ans…”, blog Nouvelles d’Orient, el 17-1-12.
4. El presupuesto militar de Arabia Saudita es de 45.000 millones de dólares; el de Kuwait, de 4.600 millones, y el de Irán se calcula en 9.000 millones.
5. Peter Jenkins, “The Latest Offer To Iran Of Nuclear Talks: Don’t Hold Your Breath”, www.lobelog.com/, 30-1-12.
* Ex asesor del presidente James Carter, autor de October Surprise: America’s Hostages in Iran and the Election of Ronald Reagan, IB Tauris & Co Ltd, Londres, 1991.

Traducción: Mariana Saúl

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