lunes, 28 de septiembre de 2009

Una teología del martirio

Una teología del martirio

Por Josef Tson

El autor fue pastor de la Segunda Iglesia Bautista en Oradea, Rumania, hasta 1981, cuando el gobierno lo exilió. Ha publicado en inglés "Marxismo: un sueño evaporado" y "Persecución religiosa en Rumania".

El cristianismo es una religión de martirio porque su fundador fue un mártir. Jesús fue el fiel testigo, en griego, mártir (Ap. 1.5).

El martirio no parece ser un tema agradable para la mayoría de nosotros, y no hablamos usualmente del cristianismo o de Jesús desde este punto de vista. Pero ello se debe a que no lo vemos como Jesús lo ve: el martirio es realmente uno de los tópicos más importantes en el mundo.

Jesús entendió que su victoria sería ganada por medio de la muerte. El método para construir su iglesia, como Él lo explicó a sus discípulos fue «Ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día» (Mt. 16.21).

Este método también sería su modo de extender su iglesia una vez que la hubiera establecido. El dicho más frecuentemente citado de Jesús a sus discípulos fue: «Tomen su cruz y síganme» (Mt. 10.38; 16.24; Mr. 8.34; 10.21; Lc. 9.23; 14.27). En otras palabras, Jesús estaba diciendo a sus seguidores: «Edificaré mi iglesia sobre mi cruz y sobre la vuestra».

¡Cuántos de nosotros hoy día espiritualizamos la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la cruz y rechazamos una lectura literal! Pero cuando Jesús dijo a sus discípulos que deberían tomar su cruz, sabía realmente que ellos iban a sufrir el testimonio del evangelio en sus propias vidas. Él los estaba preparando para una crucifixión literal.

Sangre y semilla

Este llamado literal al martirio fue uno de los secretos del éxito del cristianismo en su primer siglo. En el segundo siglo un abogado, Tertuliano, se convirtió al ver a los cristianos cantando mientras iban a la muerte. Más tarde él mismo escribió un libro sobre el martirio, en el cual hacía una declaración que se volvió famosa: «La sangre de los mártires es la semilla», semilla de nuevos cristianos, la semilla de la iglesia.

En el primer siglo, cuando los cristianos eran asesinados por todas partes, cualquiera que se convertía a Cristo sabía que podía llegar a sufrir el martirio. ¡Estos primeros cristianos estaban lejos de espiritualizar la enseñanza de Jesús acerca de este tema!

En realidad, ellos buscaron el martirio. Algunos lo procuraron tan mal que la iglesia creyó necesario enseñar a la gente que si una persona provocaba su propio martirio, se descalificaba a sí misma.

Orígenes, famoso teólogo del tercer siglo, tenía 17 años cuando su padre fue sentenciado a muerte y dijo en esa ocasión: «Mañana, cuando mi padre sea quemado en la hoguera, iré allá y provocaré al gobernador para que también a mí me martirice». Para salvarlo, su madre sacó de la casa esa noche toda la ropa del joven. En la mañana, él no pudo salir porque no tenía qué ponerse. Sólo de esta manera conservó la vida.

En el mismo período, Cipriano, obispo de África del Norte, dijo: «Cuando viene la persecución, los soldados de Dios son puestos a prueba y el cielo se abre para los mártires. No nos hemos enlistado en un ejército simplemente para pensar en la paz y para rehusar la batalla, porque vemos que el Señor ha tomado el primer lugar en el conflicto».

En el siglo siguiente Agustín escribió: «Los mártires fueron confinados, encarcelados, azotados, ahogados, quemados, vendidos, masacrados... pero se multiplicaron». En el siglo cuarto, Gregorio el Grande dijo: «La muerte de los mártires florece en las vidas de los fieles».

Estos cristianos en los primeros siglos entendieron la enseñanza de Cristo de que los cristianos ganan por medio de la pérdida, vencen por medio de la muerte. Esto explica la victoria de la iglesia después de trescientos años de martirio. Ellos vencieron con su propia sangre.

La primera vez que leí estas citas, me pregunté qué clase de evangelio habrían escuchado estos cristianos. Los primitivos predicadores que ganaron a cristianos que deseaban ser mártires —a quienes aún había que retener para que no provocasen su propio martirio— debían haber predicado un poderoso mensaje. Algo de lo que yo mismo he aprendido acerca del martirio proviene del estudio de sus reflexiones sobre las Escrituras.

¿Qué se logra?

¿Qué es la teología del martirio? En Apocalipsis 6.9-11 leemos que los mártires clamaban bajo el altar por el juicio de Dios y fueron instados a esperar «hasta que se completase el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos». ¿Por qué Dios requiere que un número de sus hijos sea crucificado, comenzando por su Primogénito? ¿Qué se logra con el martirio? ¿De qué manera es efectivo el martirio en la estrategia de Dios a través de la historia?

Derrota de Satanás

Primero, el logro del martirio es la derrota de Satanás. En Apocalipsis 12 tenemos la escena de una guerra en el cielo y Satanás es arrojado abajo. Luego leemos que «Ellos —los mártires— le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte» (v. 11). En otras palabras, cuando los mártires dieron su testimonio y fueron masacrados por su lealtad a Jesús, Satanás fue derribado. ¿Cómo? El libro de Job nos da un indicio.

Había una argumentación en el cielo. Dios sostenía que Job era perfecto y Satanás no podía refutarlo, pero le preguntó a Dios: «¿Cuál es la motivación de Job? Él te adora porque tú le das muchas cosas. Él es el hombre más rico de la tierra. ¡Por supuesto, él te adora por eso! Quítale todo lo que tiene y él te maldecirá».

El honor de Dios estaba en juego. Todo el cielo observaba, temblando. ¿Qué haría el Señor? Él no tuvo otra manera para defender su honor que decir: «Ve y quítale todo lo que yo le di, y luego veremos».

Cuando los tornados vinieron y destruyeron todo lo que Job tenía, y cuando los mensajeros llegaron uno tras otro para decirle la horrible verdad, todo el cielo estaba esperando ver en sus labios la maldición que Satanás había insistido en que pronunciaría. Pero Job se mantuvo erguido para decir: «Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito» (Job 1.21). En ese momento todo el cielo aplaudió.

Satanás volvió delante de Dios y dijo: «Déjalo sufrir. Deja que el dolor entre en la médula de sus huesos, y él te maldecirá».

Después, cuando Job estaba en el extremo dolor, su esposa y sus amigos vinieron y le dijeron: «¿No ves que este es el fin? ¿Por qué no maldices a Dios y te mueres?» ¡Esto es exactamente lo que Satanás quería! Pero Job, molesto por sus exhortaciones replicó: «Miren, déjenme aclarar mi actitud hacia Dios. Yo creo que Él comete una terrible injusticia contra mí y yo no sé porqué, pero aun si Él me mata, le seguiré alabando». En ese momento Satanás fue puesto en vergüenza extrema: fue deshonrado y Dios obtuvo la victoria.

¿Es esta una historia que sucedió sólo una vez? No, es una ventana abierta hacia el cielo. En el Nuevo Testamento la encontramos bellamente repetida en 1 Corintios 4.9. Pablo describe a los apóstoles azotados, golpeados y arrojados de un lado a otro y luego dice: «Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres». El punto de vista de Pablo es que estamos sobre un escenario y el universo entero, incluidos los ángeles, nos observa.

Dondequiera que yo esté, en cualquier cosa que esté haciendo, estoy siendo observado, ya sea que ponga a mi Padre en vergüenza dejando sus caminos, ya sea que ponga a Satanás en vergüenza dando la gloria a Dios. Me guste o no, soy un espectáculo contemplado por el universo entero. Así es como debemos entender que somos llamados a derrotar a Satanás por medio de nuestro sufrimiento y martirio.

La salvación del mundo

Segundo, el propósito en el sufrimiento y el martirio es la salvación del mundo. ¿Nosotros somos llamados a sufrir y morir por la salvación del mundo? Si no tuviera las Escrituras para sostener esta afirmación no me atrevería a hacerla.

En 2 Corintios 1.6 Pablo dice a los corintios que «si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación». ¿Cómo puede Pablo decir esto? ¿No es completo el sacrificio de Cristo? ¿No es suficiente su expiación? Sí, lo es. Pero aun así tiene sentido que Pablo diga: «Sufro por vuestra salvación». ¿Cuál es el sentido?

Pablo mismo lo explica en 2 Timoteo 2.10: «Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna». La salvación es en Cristo Jesús y en nadie más. Pero Pablo está diciendo que si él hubiese permanecido como pastor en Antioquía, en esa rica y pacífica ciudad, en esa maravillosa iglesia con tantos profetas y tan grandes bendiciones, nadie en Asia menor ni en Europa habría podido ser salvo. Para que ellos fueran salvados el apóstol tuvo que soportar el ser golpeado con varas, azotado, apedreado, tratado como la escoria de la tierra, convertido en un muerto caminante. Pero cuando él anduvo así, herido y sangrante, la gente vio el amor de Dios, escuchó el mensaje de la cruz y fue salva.

Si permanecemos en la seguridad de nuestras ricas iglesias y no aceptamos la cruz, otras personas no podrán ser salvas. ¿Cuántos no se salvan porque nosotros no aceptamos la cruz?

A menudo en mi país, Rumania(*), la gente debe aceptar el despido de sus empleos cuando se convierte a Cristo. Si alguien que tiene una alta posición se entrega a Jesús y se une a la iglesia, inmediatamente las autoridades convocan a una reunión pública para exponerlo como un detractor y lo degradan o despiden públicamente.

Un hombre que tenía una importante posición, y a quien bauticé, me preguntó:

—¿Qué haré ahora? Se convocarán entre 3.000 y 4.000 personas para exponerme ante ellas y burlarse de mí. Me darán sólo cinco minutos para defenderme. ¿Cómo lo haré?

—Hermano —le respondí—, defenderte es la única cosa que no puedes hacer. Esta es tu única oportunidad para decirles quién eras antes, qué hizo Jesús por ti, quién es Jesús y qué es Él para ti ahora.

Su rostro se iluminó y dijo:

—Hermano Josef, ¡ya sé lo que voy a hacer!

Y lo hizo bien, tan bien que por esta causa fue seriamente degradado y perdió casi la mitad de su sueldo. Pero volvió a hablar conmigo después de esto, diciéndome:

—Hermano Josef, tú sabes que ahora no puedo caminar por aquella fábrica sin que la gente venga hacia mí. Dondequiera que voy, alguien me acorrala en un rincón, mirando alrededor para asegurarse de que nadie lo vea hablando conmigo y me susurra: «¡Dame la dirección de tu iglesia!» o «¡Dime más acerca de Jesús!» o «¿Tienes una Biblia para mí?»

Cada tipo de sufrimiento puede volverse un ministerio para la salvación de otras personas.

Enriquecimiento de la iglesia

Tercero, el ministerio del sufrimiento y la muerte enriquece la vida de la iglesia. En una epístola desde la prisión, Pablo dice a los colosenses: «Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia» (1.24) ¿Cómo podemos entender esta misteriosa afirmación?

En la actualidad esto es muy simple. Pablo está diciendo: «Yo soy uno con Cristo, y Cristo continúa sufriendo a través de mí». Él estuvo sufriendo por su iglesia, está trabajando hoy para hacer a su esposa más bella, y lo hace otra vez por medio del sufrimiento: su sufrimiento en nosotros.

Pablo dice en Filipenses 3.10 que desea conocer a Cristo y ser partícipe de sus sufrimientos. Pedro dice en su primera epístola: «Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría» (4.12-13).

Esta unión con Cristo es el tema más hermoso de la vida cristiana. Significa que yo no soy un luchador solitario aquí: soy una extensión de Jesucristo. Cuando yo era golpeado en Rumania, Él sufría en mi cuerpo. No es mi sufrimiento, yo sólo tengo el honor de compartir sus padecimientos. Cuando Cristo sufre a través de nosotros, Él enriquece a su iglesia.

Cuarto, el martirio es un testimonio de la verdad. Ya he mencionado que en Apocalipsis 1.5 se llama a Jesucristo el «testigo fiel». Pablo recuerda a Timoteo, quien aparentemente está pasando por una persecución, que tenga en cuenta a Jesucristo, «que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato» (1 Timoteo 6.13). Se está refiriendo a lo que Juan describe en su evangelio. Jesús dijo a Pilato: «He venido al mundo para dar testimonio de la verdad» (Juan 18.37).

Jesús es la personificación de la Verdad. Su venida a nosotros «para dar testimonio de la verdad» significó entrar al reino de este mundo, el cual está bajo las reglas del padre de la mentira, del rey del engaño. Cuando la verdad vino, dolió. La luz que brilló en esta oscuridad inmediatamente perturbó a todos... ¡y ellos mataron a la Verdad!

Pero es a través de su muerte como la verdad hace su impacto en este reino de falsedad. «Y yo, si fuere levantado de la tierra —dijo Jesús refiriéndose a su cruz— a todos atraeré a mí mismo» (Juan 12.32). La verdad vence por medio del sacrificio propio.

Jesús nos traspasa el encargo de compartir el testimonio de la verdad como Él lo ha hecho, aun hasta el punto del sufrimiento y la muerte. Él dijo a sus seguidores: «Ustedes son mis testigos. Si ustedes no dan testimonio de mí delante de esta perversa generación, yo tampoco daré testimonio de ustedes delante de mi Padre».

Cuando yo predicaba en Rumania sabía que la gente estaba temerosa de testificar de Cristo porque podía perder su empleo. Entonces yo describía el cuadro: «Cristo está allá arriba, junto al trono de Dios. Él te observa aquí en este auditorio y todos los ángeles en el cielo siguen su mirada. Si tú levantas la mano y testificas que Él es tu Señor, Él se volverá hacia su Padre y le dirá: “Padre, este es mi hermano o hermana”. Tú testificas aquí que Él es el Señor; Él testifica allá que tú eres su hermano o hermana».

Sin esperanza de éxito

Este es mi perfil de la teología del martirio. Veamos cómo funciona en la práctica.

Años atrás salí de mi país para estudiar teología en Oxford. En 1972, cuando me aprestaba para regresar a casa, discutí mis planes con algunos compañeros estudiantes. Ellos apuntaron que yo podría ser arrestado en la frontera.

Un estudiante preguntó:

—Josef, ¿qué posibilidades tienes de instrumentar exitosamente tus planes?

Yo sonreí y me dije a mí mismo: «Este es un modo de pensar típicamente occidental». ¿Posibilidades de éxito? Yo nunca había pensado en esos términos, sino en términos de obediencia. Yo sabía que el Rey había dicho: «Vayan» y yo debía responder: «Sí, Señor» y marchar.

Pero di vueltas a la cuestión y dije a Dios: «¿Qué sucede si yo te pregunto acerca del éxito?»

Y Él me contestó: «Mi respuesta está en Mateo 10.16: “Yo os envío como ovejas en medio de lobos”. Dime, ¿qué posibilidades tiene una oveja rodeada de lobos, de sobrevivir cinco minutos sólo para convertirlos? Josef, así es como yo te envío, totalmente indefenso y sin una razonable esperanza de éxito. Si estás deseando ir en estas condiciones, ve. Si no deseas estar en tal situación, no vayas.

Esta experiencia afectó profundamente toda mi forma de pensar. Por este tiempo yo me preguntaba: ¿Por qué Dios me envía de una manera aparentemente tan desesperada? Cuando estudié la cuestión, llegué a entender lo que he bosquejado.

Comencé a enseñar a mi esposa este discernimiento en el evangelio: que el sufrimiento y la muerte era un ministerio que Dios podía requerir de mí. Si el Señor dice: «Josef, quiero sellar tu ministerio con tu vida», ¿puedo yo responder: «No, Señor, no deseo darte eso»? ¡Qué glorioso día fue aquel en el que Elizabeth, mi querida esposa, se arrodilló conmigo y dijo: «Señor, yo te entrego a Josef para este ministerio!» Desde ese día ella fue mejor luchadora que yo y siempre me ayudó a mantenerme en pie bajo las mayores presiones y amenazas.

Después de nuestro regreso, yo predicaba desinhibidamente y escribía papel tras papel. Entonces vinieron los hostigamientos y los arrestos. Cierto día, durante un interrogatorio, un oficial amenazó con matarme. Yo le dije: «Señor, déjeme explicarle cuál sería el resultado. Para usted el arma suprema es matar, en cambio para mí es morir. Usted sabe que en este momento mis sermones recorren todo el país por medio de videos. Si usted me mata, yo los estaré rociando con mi sangre y cualquiera que los vea después dirá: “Es mejor que escuche. Este hombre selló lo que dijo con su sangre”. Ellos hablarán diez veces más alto que antes. Así que, vamos, ¡máteme!, que yo ganaré la victoria suprema después». Y me envió a casa.

Uno de los colegas de este oficial estaba interrogando a otro predicador amigo mío. Su compañero le dijo: «Sabemos que a Josef Tson le encantaría ser un mártir, pero no somos tan tontos como para cumplir su deseo». El pastor que escuchó esto vino a verme y me dijo que aun si yo les pidiera que me mataran, las autoridades no lo harían.

Aquello me dio una tregua. Durante cuatro años había sido un cristiano cauto y precavido porque deseaba sobrevivir. Había aceptado todas las restricciones impuestas por las autoridades porque quería vivir, pero entonces quería morir y ellos no me complacían. De modo que podía hacer cualquier cosa que deseara en Rumania. Durante años había querido salvar mi vida y la estuve perdiendo, pero entonces, cuando deseaba perderla, la estaba ganando. Alguien dijo estas palabras antes, pero ellas no se habían grabado en mi mente.

La mayor alegría que tengo ahora, cuando me comunico con la generación más joven de cristianos de mi país, es saber que ellos consideran el sufrir y morir por el Señor como un privilegio y no una calamidad. Cuando escucho que ellos están en tribulación, les hablo por teléfono y trato de confortarlos, pero a menudo la respuesta que recibo es: «¡No te preocupes por eso! ¡Yo lo considero un privilegio!»

El martirio occidental

Todos los países han debido ser abiertos al evangelio por medio de la sangre de alguien. Alguien ha tenido que rociar el suelo con su sangre para reclamar ese territorio para Dios. Sólo la clase de cristianos que entiende el sufrimiento y la muerte como un ministerio, un ministerio que produce resultados en el cielo, un ministerio que produce resultados ahora y en la eternidad, sólo esa clase de cristianos tiene el poder para vencer.

Muchos esperan que Dios libre a los cristianos estadounidenses de la persecución, pero no lo vean así. Si la persecución fuera a producirse en los Estados Unidos, Dios diría: «Ahora deseo que mis queridos hijos, los norteamericanos, participen en el evento más glorioso de la historia: el martirio. Ahora deseo que completen la victoria sobre Satanás. Deseo que continúen con la salvación del mundo por medio de su sangre. Deseo que enriquezcan la vida del cuerpo de Cristo. Deseo que sellen su testimonio de mi verdad». Una persecución aquí no sería un desastre, sino un gran honor, el más alto honor.

(*) Nótese que este artículo fue escrito antes de la caída del régimen comunista de Nicolás Ceaucescu, en 1989 (N. de la R.).

No hay comentarios:

Publicar un comentario