lunes, 13 de febrero de 2012

Relaciones peligrosas


LOS VÍNCULOS ENTRE CLARÍN Y EL PODER POLÍTICO


Por Graciela Mochkofsky*

Desde sus inicios, pero sobre todo desde la creación de Papel Prensa, Clarín fue ganando peso económico e influencia política a través de relaciones de presión con los diferentes gobiernos. Hoy, en pleno debate por la intervención de Cablevisión y la ley que regula la producción de papel de diario, esa forma de construir poder está en crisis.


a urgencia con que el nuevo Congreso, dominado por el kirchnerismo en su tercer período de gobierno, sancionó la ley sobre Papel Prensa; su coincidencia con la intervención judicial a Cablevisión, y otras escaramuzas recientes contra el Grupo Clarín confirman no sólo que esa guerra continúa sino que un modelo de relación entre prensa y poder político parece agotado.
Éste es un modelo repetido en diversos países a lo largo de la historia de los medios de comunicación en manos privadas; basta pensar en el ejemplo contemporáneo del imperio Murdoch en Gran Bretaña. Consiste en quebrar clandestinamente las reglas no escritas del juego, según las cuales los medios obtienen y transmiten información con sus mejores esfuerzos y de forma honesta (es decir, no sometida a influencias interesadas), y establecer en su lugar negociaciones tras bambalinas con los poderes económicos, sociales o políticos –en la Argentina, típicamente, el gobierno de turno, pero no en forma exclusiva–, en las que el medio ofrece cierto control sobre la información que brinda a su audiencia a cambio de beneficios económicos o estratégicos. Es un modelo que se retroalimenta: cuanto más crece el medio en términos económicos y estratégicos gracias a estas ventajas obtenidas por la puerta trasera, mayores son su peso y su capacidad de poner condiciones a los demás actores relevantes, sean los específicos de la industria (avisadores, distribuidores, fuentes de información, incluso competidores) o, cada vez más, aquellos que pueden concederle esas ventajas (otra vez, típicamente, el gobierno).
Con la aplicación de este “modelo”, que imperó durante al menos los últimos treinta años en el país, Clarín –no el único medio o periodista que lo practicó, pero sí el que lo hizo más decidida y eficientemente–, se convirtió no sólo en uno de los principales grupos económicos, sino en uno de los virtuales factores de poder del país, lo que fue, desde siempre, uno de sus objetivos.
La desmesura de este propósito –que a quienes conducen Clarín les parece natural: Héctor Magnetto ha dicho en privado, con fastidio y sensación de incomprensión, que por lo mismo que en otros países se aplaude como habilidad empresarial “aquí te critican porque te querés quedar con todo”– tiene un comienzo, un desarrollo y, ahora, posiblemente un final.

Comienzo

La creación de la sociedad Papel Prensa, a instancias de la Junta militar (1976-1983), fue el primer paso hacia el multimedios que hoy se engloba bajo el nombre Clarín. El acuerdo del régimen con tres diarios (Clarín, La Nación y La Razón) para compartir la propiedad de la planta papelera dio a estos una posición enormemente ventajosa sobre su competencia. A Clarín le permitió, durante tres décadas, beneficiarse con un precio más bajo (era el mayor consumidor, por su gran tirada) y la cantidad que quisiera de papel, insumo esencial y uno de los factores de mayor peso sobre las finanzas de un diario, y controlar además el precio y los cupos que obtenían los demás diarios, para los que importar del exterior era muchas veces imposible por falta de avales y de dinero. Con Papel Prensa, Clarín ya no dependería de cupos de importación ni de los vaivenes del tipo de cambio, como les había ocurrido (a todos) hasta entonces.
Papel Prensa fue la primera fábrica de papel de diario nacional. Fue también el primer acto empresarial del joven Magnetto, que logró ganarse la confianza de la dueña, Ernestina Herrera de Noble, al triunfar este proyecto. Seis años después era el hombre fuerte de Clarín, secundando a la viuda.
Testimonios de protagonistas fundamentales del acuerdo, que son parte de mi libro Pecado Original. Clarín, los Kirchner y la lucha por el poder, revelaron que la venta de Papel Prensa a los diarios fue una iniciativa de la Junta militar. Después de este acuerdo, pero también antes, Clarín fue acrítico de la dictadura que utilizaba el terror contra un sector amplio de la población; sólo se permitió disentir –primero tímida, luego más enfáticamente– con el plan económico liberal de Martínez de Hoz. Nada dijo de lo demás –excepto para expresar su apoyo– hasta que los militares ya estaban de salida.
Con Raúl Alfonsín, el primer presidente constitucional tras medio siglo de golpes militares y proscripciones, la relación fue más tensa. Clarín quería de él tres cosas: la derogación del inciso “e” del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión aprobada por la dictadura, que impedía a una empresa dueña de un diario poseer a la vez una licencia de radio o de televisión; allanado este obstáculo, quería las licencias, respectivamente, de una estación de radio y de un canal de televisión.
Clarín pidió esto a Alfonsín una y otra vez, y, al no obtenerlo, lo presionó de todos los modos que pudo: públicamente, desde el diario y desde asociaciones empresarias que controlaba; en privado, en reuniones con miembros del gobierno, incluso en los desayunos y comidas anuales con el Presidente. Y, por supuesto, con el sesgo de la información que publicaba.
Varias escenas de esos años, ya olvidadas por la mayoría de quienes las vivieron, son sorprendentemente similares a otras actuales. Alfonsín condenó a Clarín públicamente por jugar un rol de “opositor” a su gobierno; amenazó con impulsar en el Congreso un proyecto de ley de medios (de hecho, presentó un proyecto que creaba un Consejo Nacional de Radiodifusión, según el cual los dueños de medios gráficos podrían acceder a licencias de radio y televisión “si se resguarda la libertad de expresión o el pluralismo infomativo en la zona de cobertura”, al que Clarín se opuso y que no fue aprobado); envió a un grupo de inspectores de la Dirección General Impositiva, predecesora de la actual AFIP, a instalarse en Clarín y revisar cada transacción y documento –el grupo permaneció en el periódico… durante tres años–. Magnetto llegó a denunciar que agentes de la SIDE seguían sus movimientos (era cierto). En respuesta, el diario hizo coberturas ferozmente opositoras (no sólo críticas), en especial a partir de 1987. Alfonsín interpretó la cobertura de la crisis económica y social que estalló en 1987 como parte de una maniobra destituyente.

Desarrollo

Clarín no logró lo que quería de Alfonsín. Decidió adquirir Radio Mitre mediante testaferros y no obtuvo Canal 13, que siguió en manos del Estado. En 1988, Magnetto habló con el precandidato peronista Antonio Cafiero, quien accedió a que, si ganaba la presidencia, Clarín tendría un canal. Clarín, como contrapartida, lo apoyó decididamente en las elecciones internas de su partido. Para sorpresa de muchos, Cafiero perdió ante Carlos Menem, el pintoresco gobernador de La Rioja al que muy pocos –y Magnetto no estaba entre ellos– se habían tomado en serio hasta ese momento.
En este punto, Magnetto decidió asegurarse y se dirigió a todos los candidatos que competirían en las presidenciales del 89 para comunicarles los deseos de Clarín. Menem, persuadido por dos de sus principales asesores, su hermano Eduardo y el mendocino Eduardo Bauzá, de que le convenía tener a la prensa de su lado, envió a Clarín la promesa de que, si ganaba las presidenciales, derogaría el artículo 45 y privatizaría los canales y radios estatales. El 14 de mayo de 1989, en medio de hiperinflación, saqueos populares a comercios y supermercados y caos financiero, Menem ganó las elecciones anticipadas con el 47 por ciento de los votos. El 12 de junio, invitó a Magnetto a su residencia de gobernador en La Rioja. Sin rodeos, le confirmó que privatizaría los canales; le interesaba que Clarín participara.
Esa noche, con la moneda en caída libre, estado de sitio y un nivel récord de pobreza, el presidente comunicó al país su dramática renuncia. Era el peor momento de la joven democracia, y el comienzo de una era dorada para Clarín.
Durante las dos presidencias de Menem, Clarín se convirtió en el multimedios que es hoy. Compró Canal 13, blanqueó la propiedad de Radio Mitre, construyó Multicanal con la adquisición de cientos de canales de cable de todo el país, se convirtió en el dueño exclusivo de la transmisión por TV de los partidos de fútbol de Primera División, entre otras empresas –de telefonía celular, espectáculos, etc.–. Se convirtió en un eficaz lobista ante el Congreso, la justicia, la clase política.
En 1992, cuando le preguntaron si se arrepentía de algo, a Menem sólo le vino a la mente haber permitido, con la derogación del artículo 45, que Clarín se convirtiera en multimedios. Para entonces, Menem veía a Clarín no sólo como un adversario político, sino como un grupo de desagradecidos; había confiado en que, a cambio de aquella medida, el diario se mantuviera como su aliado. Pero Clarín –que había adquirido una nueva fuerza, que le permitía sentarse a la mesa de negociaciones con otro peso– pasó de un tibio apoyo a una cobertura crecientemente crítica, en especial de la política económica y de la corrupción, en buena parte impulsado por el éxito de Página/12, un competidor inesperado, independiente y todavía pequeño pero en rápido crecimiento, que, sin atenerse al “modelo”, había inaugurado en esta etapa las investigaciones sobre negociados con fondos públicos.
Cuando advirtió el cambio, Menem decidió combatir a Clarín con la implacable lógica del mercado, que era la marca de su gobierno: alentó la competencia. Impulsó el crecimiento del CEI, improvisado grupo económico que se lanzó a comprar canales de TV y radios nacionales y del interior. Por un momento –aterrador para la cúpula de Clarín–, llegó a ser el más grande del país. Pero su avance se detuvo tan súbitamente como había arrancado, al deshacerse la ilusión de un tercer gobierno consecutivo de Menem, proyecto al que estaba inextricablemente ligado.
Durante el medio mandato de Fernando de la Rúa, no hubo tiempo para mucho. Clarín obtuvo algunos beneficios por los que presionó –ventajas impositivas, la desregulación de la venta de diarios y revistas, entre otros—, pero no llegó a conseguir lo que más le importaba: nuevas repetidoras para multiplicar el alcance de Canal 13. Como al resto de los dirigentes políticos, a los delarruistas les molestaba la prepotencia de los ejecutivos y lobistas de Clarín, que llegaron a enviarles con un motociclista, un viernes por la tarde, el texto del decreto que querían que el Presidente firmara.
La crisis de diciembre de 2001 amenazó con devorar a Clarín. Para sobrevivir mientras renegociaba su deuda en dólares con acreedores externos, logró –con un lobby “intenso”, según admitió uno de los negociadores del grupo– que el presidente interino Eduardo Duhalde y legisladores del oficialismo y la oposición en el Congreso sancionaran una ley de cram down, que impedía que acreedores externos se quedaran con empresas argentinas declaradas en quiebra. La ley fue derogada por presión del FMI, pero Clarín logró que se sancionara otra con el mismo objetivo –llamada “de bienes culturales”–, aun más a su medida que la anterior.

Final

Con la excepción de esta presidencia de transición, la lucha de poder entre Clarín y los gobiernos democráticos había transitado un crescendo. Con Néstor Kirchner, alcanzó su apoteosis.
Pero no de inmediato. Kirchner llegó al gobierno con un apoyo social minúsculo. Enseguida trazó una línea entre aliados y enemigos en la prensa: concedió a unos el acceso a la información y primicias, y retribuyó a los otros con silencio informativo y una confrontación pública en la que los señaló como opositores políticos. Desde el momento inaugural de su mandato, el adversario fue La Nación, que quedó excluido del plan informativo del gobierno –de por sí, tremendamente restrictivo–. Al mismo tiempo, Kirchner eligió a Clarín como aliado. Como sus predecesores, Kirchner creía que el “buen trato” a Clarín le garantizaría su apoyo.
Pero Kirchner fue más lejos: se fascinó genuinamente con Magnetto. Había entre ellos un entendimiento natural. Durante cuatro años se reunieron –almuerzos en Olivos, cafés en Casa de Gobierno–, compartieron ideas sobre el país y hablaron de negocios. Clarín apoyó las principales medidas del Gobierno y –casi hasta el final del período– se abstuvo de criticarlo en todo lo significativo. Magnetto obtuvo de Kirchner, entre otras cosas, la aprobación para la fusión de Multicanal y Cablevisión y la promesa de la adquisición de una parte de Telecom.
Cristina Kirchner no llevaba cien días en el gobierno cuando se produjo la ruptura, por razones que detallo en Pecado Original. Clarín se alineó con la llamada protesta “del campo”; en respuesta, los Kirchner abrieron un frente de batalla tras otro, apuntaron a dañar a Clarín en sus negocios e intereses directos: le quitaron la exclusividad de la transmisión de los partidos de fútbol, impulsaron una nueva ley de medios que ataca la concentración de propiedades de Clarín, declararon caduca la licencia de Fibertel, enviaron al diario un batallón de agentes de la AFIP, etc. Hasta intentaron meter preso a Magnetto, acusándolo de haber participado del secuestro y torturas de la familia Graiver, a la que los diarios y la dictadura compraron (quitaron, según la denuncia) Papel Prensa. En medio de los mandobles, sin embargo, Néstor Kirchner intentó varias veces negociar una tregua. En vano.
Ésta era la situación cuando Kirchner murió súbitamente. Parecía que Clarín había ganado: el día de luto nacional la Bolsa premió al Grupo con una suba espectacular del 49% en sus acciones. En el año subsiguiente, la mayoría de las demandas contra Clarín fueron demoradas en los tribunales y la Presidenta bajó el tono del enfrentamiento público.
Pero aquella celebración anticipada fue un error. Porque, mientras su marido mantuvo abierta siempre la esperanza de una reconciliación, la Presidenta jamás compartió su entusiasmo por el Grupo. “Ustedes son unos tarados que creen en Clarín”, reprochó alguna vez en privado a su marido y a su entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Forzada a participar de comidas con representantes de la empresa en Olivos, se atuvo siempre a un rol estrictamente protocolar. La muerte de su marido no ha hecho sino añadir un cariz todavía más personal al enfrentamiento.
Antes de que se cumpliera un mes de su segundo mandato, la Presidenta logró (sin dificultad, con un Congreso abrumadoramente favorable) la sanción de la nueva ley sobre Papel Prensa. No cabe duda sobre su intención: dañar a Clarín, quitándole el control sobre la producción de papel de diario. La ley declara de interés público la producción de este insumo, ordena la distribución equitativa entre todos los periódicos del país, prevé una mayor participación accionaria del Estado en la papelera y un aumento de la producción hasta que llegue a abastecer toda la demanda nacional.
Los críticos de la ley sostienen que en su espíritu se esconde la decisión de prohibir o limitar la importación de papel cuando se llegue al punto de autoabastecimiento. Es posible; sería compatible con el programa de sustitución de importaciones que lleva adelante el gobierno en otras áreas, y el Ministerio de Economía ya fijó la cantidad de papel que deberá ser importado en 2012 (20.000 toneladas). Los voceros del Grupo Clarín y de La Nación aseguran además que la nueva ley sería peligrosa en manos de una dictadura o de un gobierno autoritario, porque le daría el control sobre el insumo básico de un diario, con el que podría ahogar las voces críticas. El problema con este argumento, en el contexto actual, es que la situación que se quiere preservar es la que creó la última dictadura, de la que los accionistas privados de Papel Prensa no fueron críticos, sino socios.
La intervención de un juez mendocino en Cablevisión, a pedido del grupo de medios Vila-Manzano –antes enfrentado con el kirchnerismo, ahora aliado–, parece una ofensiva destinada a lograr por otros medios lo que un amparo judicial contra la ley de medios por ahora impide: que Clarín se deshaga de muchas de sus empresas, en especial las de la TV por cable, que son, con mucho, la principal fuente de ganancia del grupo.
Poco después del triunfo de Cristina en las primarias de agosto, que prenunció su cómoda reelección de octubre, un ejecutivo de Clarín me confió, con profundas ojeras, que esperaban lo peor: la enemistad de la Presidenta sólo había crecido y nadie veía una salida negociada. La pelea por la supervivencia sería cruenta. ¿Cómo resistir cuatro años más?
La respuesta parece descansar más en las decisiones que tomen los accionistas de Clarín que en un improbable cambio de posición del Gobierno, que parece haber aprendido, al cabo de la experiencia de treinta años de democracia y de sus propias peripecias, que el juego de la concesión y el chantaje sólo beneficia al Grupo. Clarín ha visto disminuir su prestigio, su dinero y su influencia. ¿Cambiará para sobrevivir? ¿Aceptará lo que parece el resultado claro del enfrentamiento: que el modelo en que basó durante décadas su relación con el poder político ha terminado?
Tal vez los actuales dueños –Ernestina Herrera de Noble, Héctor Magnetto y, en porcentajes más pequeños, José Aranda y Lucio Pagliaro– ya no puedan o no quieran retroceder. Entonces, será tarea de la siguiente generación –sobre todo de Marcela y Felipe Noble, que han estado en el centro de la controversia con el Gobierno– descubrir un nuevo modelo de crecimiento, o supervivencia, para Clarín.
* Periodista, codirectora de www.elpuercoespin.com.ar. Su último libro es Pecado original. Clarín, los Kirchner y la lucha por el poder, Planeta, Buenos Aires, 2011.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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